lunes, 1 de noviembre de 2010

Nunca es tarde...

Bueno, que el título de la entrada no me disculpe: prometí un texto literario para ayer, pero por distintas circunstancias pude ponerlo hoy lunes...ruego que si no el título ustedes si sepan disculparme. Ahí les dejo mi nuevo relato, el cual si les soy sincero no he revisado, así que solo espero que la calidad al menos no sea peor que en los anteriores jejeje. Muchas gracias, espero que les haga reflexionar:


El pleito perruno
Hace tiempo formaron jauría algunos perros procedentes de cada una de las ocho islas diferentes que habían en África separadas por el mar, unidas por la historia común. Estos perros decidieron organizarse en democracia repartiéndose el trabajo a partes iguales según sus cualidades: de esta manera unos se encargarían de la cazería y recolección de agua, otros de la educación de los cachorros que fueran naciendo en la manada, los considerados sabios de la administración y reparto de las riquezas, los unidos a la naturaleza de la espiritualidad del grupo y así hasta dejar cubiertas cada una de las necesidades básicas de cualquier sociedad, hasta el punto de que los animales gozaban de tanta abundancia únicamente con los recursos de su propia nación que no solo no necesitaban abandonarla para sentirse felices, sino que descubrieron en sus ocho islas el secreto de la paz perpetua. Durante siglos transcurrió la apacible vida de los canes sin que nadie los importunara, siendo alabados por los filósofos del sureste hasta el punto de que estos hicieron de las ocho islas su lugar de reposo eterno.
Un buen día, mientras las crías mamaban tranquilamente de los pezones de sus madres y algunos perros viejos discutían sobre épocas pasadas a la orilla del volcán, llegó por barco un hombre extraño desde el continente, pero no desde el continente padre del origen, sino del que estaba más arriba. Este forastero llegado del ¿antiguo? continente penetró brutalmente en el arena de una de las playas caninas donde fue acogido, pero no invitado. Pocos perros le gruñeron, los que más no le dieron importancia y solo algunos, quizás los más inteligentes, se acercaron hasta él con el rabo erguido y olfatearon sus extraños ropajes: espantados por el olor a muerte huyeron despavoridos y se adentraron en las montañas para avisar a sus líderes. El extranjero aún seguía allí, sentado sobre un cofre en el que revoloteaban algunas moscas.
Cayó la noche. El extraño observó como desde la montaña bajaba un perro enclenque, pequeño, vizco y de caminar inseguro que se acercó tanto a él que notó la humedad de su ocico.
-Soy Fernando-dijo el perrango dándole la patita a su futuro.
-Yo Parco-contestó el humano-.Vengo a ofrecerte un trato...una mejora de vida.
-Explícame-dijo el perro sonriendo.
El extranjero abrió el cofre y de él emanó una peste tan fuerte, de estas que entran por la nariz y se te pegan en el centro de la garganta, que hasta el dueño del tesoro arrugó la cara y reculó un par de pasos para evadirse de la jediondez. Dentro del cofre, habían trozos de carne putrefacta: tanto que ya se les veía el verde. Las moscas en potencia se arrastraban por las paredes del baúl, pues incluso ellas trataban de huír de los pedazos de cadáver que inundaban el recipiente. La sangre de las partes despiezadas de algún pobre infeliz animal, se coagulaba en el fondo del arcón.
-Me he dado cuenta de que en vuestras islas faltan cosas. Tenéis tranquilidad, juegos, descanso...pero os faltan lujos. Vivís en chozas y coméis nimiedades. Ahí -dijo haciendo una señalización hacia el cofre con la cabeza- tengo lo que necesitáis: un alimento de primera, solo digno de los lobos ibéricos. Y en mi barco, donde tengo más baúles como este, os traigo herramientas y materiales que jamás habeís visto en estos islotes con los que os construiré hogares de verdad. Yo tan solo os pido alojamiento en vuestras costas y disponer de los recursos de este archipiélago...lo justo para vivir decentemente.
El perrucho se quedó pensando unos instantes, no en su pueblo como pensaron aquel fatírico día el resto de perros, sino en el negocio.
-¿Y qué debo hacer yo?-preguntó-.Es decir, ¿qué salgo ganando yo con esto?
El hombre sonrió y pareciendo que recitara un guión que ya había vomitado en otras partes del planeta dijo:
-Como todo líder tendrás que sacrificarte por tu comodidad: no comerás de la carne del barril, sino del ganado cebado en pastos verdes...y tampoco  vivirás en las casas que ofreceré a los de tu jauría, sino que vivirás conmigo en mi palazucho...eso sí, como perro doméstico. Todo líder debe hacer sacrificios-en ese momento volvió a sonreír mirando directamente a los ojos del perro, el cual le devolvió la sonrisa y asintió: nadie lo supo hasta siglos más tarde, que con ese pacto llegó la putrefacción y luego pérdida de una cultura, de una identidad.
Fernando se reunió en consejo con la jauría y explicó lo acontecido a su pueblo, el gran trato al que había llegado con el homber, con el salvador, con el benefactor del continente. Todos los perros quedaron maravillados, excepto uno, curiosamente el mayor de sus generales, Toramas, el cual desapareció sin un solo ladrido y se retiró a la selva -sí, antes habían selvas aquí- hasta que violaron su alma y lo obligaron a salir.
Una vez diron vía libre al extranjero, este mandó a venir a más compañeros, los cuales aparcaron sus barcos en diferentes playas del archipiélago. De los navío sacaban madera carcomida por el tiempo y los parásitos, además de cientos de cofres cargados con carne rebozada por huevas de moscas verdes. El  material traído desde el continente se lo daban a los perros para que hicieran sus hogares, mientras que los hombres talaban las palmeras y dragos más antiguos para fabricar sus propias casas. Algunos canes se negaron a usar la materia prima extranjera, ya que, no alcanzaban a comprender porqué no debían seguir viviendo en cuevas como llevaban haciendo centurias en las que nunca les fue mal: mas cual no sería su sorpresa, cuando llegando a las galerías donde esperaban encontrar sus antiguas moradas, vieron a los extraños orinando, defecando y esputando en ellas...igualmente, cuando fueron a visitar el goro para presentar su indignación, lugar donde los perros nobles se reunían para decidir en común sofre el futuro de la jauría, lo encontraron lleno de cerdos que los invasores habían puesto allí, obligando a los menseyes, guanartemes y otros reyes del pasado a largarse de sus islas hasta el punto de convertirlos en esclavos en países grises y fríos, lejos del sol, de los cuales nunca habían oido hablar. Aquellos perros que quisieron regresar a sus hogares, al ver ese dantesco panorama, se impregnaron de ira hasta el punto de reventarles los ojos por la sangre y se dirigieron en masa hacia la selva con la idea de morder a sus indeseados vecinos...ninguno imaginó que la nueva raza llegada del continente tendrían palos que escupían bolas de metal capaces de descuartizar el cuerpo de un perro hasta el punto de dejarlo irreconocible. Y así fue. La gran mayoría murió en el ataque y aquellos que sobrevivieron fueron capturados por los destructores para arrancarles los miembros en vida, despellejarlos aun estando conscientes, partirles los hocicos en trozos diminutos, hasta que por fin los decapitaban para poner sus cabezas en picas como advertencia hacia los otros perros.
Esta fue la primera batalla. Esta fue la primera derrota. El resto de perros, viendo la suerte de sus compañeros, se impregnaron esta vez de terror, hasta el punto de que ninguno protestó cuando los hombres decidieron disminuir la ración de comida que a diario sacaban de los cofres. Hubieron atisbos de valor, pero de baja calidad, pues solo consiguieron que el mayor gesto de revolución fuera llevar a Fernando sus quejas.
-Estoy con las patas atadas-dijo Fernandito con su flamante nuevo collar de diamantes del que salía una correa hecha con piel de perro asesinado-hice un trato y los canes isleños somos canes de honor.
Cuando un pueblo tiene hambre abandona el estudio y cuando un pueblo es ignorante es fácil de convencer: así que los perros, aunque estafados y traicionados, no pudieron competir con el rugido de sus estómagos que no les permitía tener luces para contestar al argumento de Fernando. Regresaron a las chabolas, tratando de no rozarse demasiado con los cadáveres sobrecomidos por los guirres.
Así pasaban los años, las décadas...un espíritu fatalista cegaba a muchos perros que creían merecerse esta suerte por pecados del pasado; otros se inundaban de la idea mas mortífera del mundo, la esperanza vacía, que los llevaba a suponer que si la penuria vino del continente, la salvación procedería de él también...lástima que esta opinión dure hasta nuestros días; unos pecos pensaban en la revuelta, pero eran tan pocos y sentían tanta fatiga, que el ideal pasaba a ser utopía y la utopía a ideal desechado. Sea por una cosa o por otra, los isleños no movían un dedo y se limitaban a mirar envidiosos la calidad de vida que existía en el continente...y en sus invasores.
Las perras parturientas se ladeaban de un lado a otro, vendiendo su vagina a cambio de un trozo de carne del cofre podrido (¿o era al revés?), ya sin lehce en los pezones, por lo que los cachorros iban muriendo poco a poco de inanición...y los que no, morían devorados por sus congéneres, hechos trizas entre los colmillos de los perros más jóvenes, no tanto por el hambre, sino por el miedo al futuro que representaban los cachorros. La única raza de perros que se alimentaba debidamente y que gozaba de un techo que no estaba hecho con mierda y trozos de cádaveres, eran aquellos que siguiendo el ejemplo de Fernando decidieron convertirse en perros domésticos y llevar su existencia encarcelados en palacio, comiendo pienso -hacía décadas que olvidaron el sabor del baifo recién horneado- y durmiendo calientes a los pies de sus amos extranjeros. Lo peor de todo es que con el tiempo estos perros acabaron cruzándose con los humanos, formando una raza híbrida y extraña, con poca consciencia de su identidad y con demasiada disponibilidad para dejarse mandar por lo continental.
Un buen día, el primero perro doméstico que tuvo las islas, bajó de palacio. Lo primero que notó la jauría es que algo había cambiado en su modo de expresarse.
-Os traigo un mensaje de los amos-comenzó a decir-.Tenéis hambre, pasáis frío, os matáis unos a otros como zombies...Los hombres han decididio daros una oportunidad y podréis vivir en palacio con nosotros con una sola premisa: debéis doblar vuestras cuatro rodillas ante Parco, el señor de las islas.
La indignación fue en aumento: tanto creció, que Toramas, quien había permanecido latente, a la espera, en el desierto -la selva hacía muchos años que fue diezmada por la ambición de los hombres-salió de su particular destierro, junto a siete perros más a quienes el pueblo daba por muertos -junto al antiguo general formaban ocho, uno procedente de cada isla- y se abalanzaron contra Fernando. El ruido de los dientes contra la carne y los huesos del traidor era a un tiempo grandioso y asqueante. Los perros de palacio vieron la escena y salieron en desbandada a socorrer a su jefe...al ver esto, los pocos indígenas que quedaban aun en pie, aquellos con los que el hambre, la enfermedad y la apatía no se cebó demasiado, formaron colición para atacar a sus antiguos hermanos, los perros domésticos; que lástima que esa coalición no fuera formada para luchar contra los hombres. Canes de uno y otro lado acabaron ensangrentados, rotos y muertos, mientras que los verdaderos asesinos almorzaban en los diferentes comedores del castillo. Los únicos perros que quedaron con vida fueron los pocos cachorros y cachorras que demasiado enclenques para correr, se quedaron en sus camas.  Lo peor de todo, es que con el tiempo estos cachorros crecieron y en vez de fornicar entre ellos, acabaron cruzándose con los humanos, formando una raza híbrida y extraña, con poca consciencia de su pasado, con mucho desconocimiento de su identidad y con demasiada predisposición a dejarse mandar por el continente. Hoy en día casi todos los habitantes de las islas comen bien, tienen buenas casas, disfrutan de buena salud y hasta olvidaron las rencillas del pasdo con los humanos, pero desgraciadamente ahí siguen, mirando más allá del mar, esperando que alguien de fuera los salve de sí mismos...¿porqué no encontrarán la felicidad en su archipiélago?Los antiguos, lo preconquista, así lo hicieron.
De esta historia consuela saber que en una plaza, de una de las tantas que hay, en una de las tantas capitales isleñas, las estatuas de ocho perros puestas frente la catedral hacen justa memoria de Toramas y sus siete guerreros...¿que porqué se que son estos ocho perros y no otros? Porque cuando me acerco mucho a sus hocicos, veo resbalar las lágrimas de la vergüenza.

NOTA: primero en cuanto a cuestiones ortográficas. La palabra mencey (y por extensión menceyes), como acabo de escribirla ahora se supone que va con "c" en vez de "s", es decir, que no es "mensey/menseyes" como escribí en el texto -y como escribiré a partir de ahora cada vez que me surja la necesidad de utilizar dicha palabra-,al igual que "jediondo/jediondez", etc., sería "hediondo/hediondez"...pero en el primer caso me niego a escribirla con "c", pues es una palabra aborigen de la isla de Tenerife, cuya lengua, como la del resto de las islas, carecía de grafía, así que al darle una representación gráfica-escrita, lo haré en el español con los rasgos de Canarias, es decir, con el seseo, por lo que veo más lógico escribir mensey , que mencey...y en el caso de jediondo y sus derivados, puedo asegurar que en casi 24 años viviendo en las islas jamás he escuchado a un solo canario decir "hediondo", por lo que deduzco que en nuestro archipiélago es así como debe escribirse (en otro momento explicaré porque entonces sí escribo "cabeza, zorro...", en vez de "cabesa, sorro...". Y a nivel de contenido, mi intención con este texto está muy lejos de ofender a españoles de otros territorios que no sean las canarias, porque a parte de que aunque pocas, sí son muy buenas las relaciones que mantengo con determinadas personas de la península y Melilla -a día de hoy por desgracia no conozco a nadie de Ceuta o Baleares- mi intención con el texto es hacer ver a los canarios que no podemos estar continuamente esperando a que "nos rescaten", ya que, a parte de que no hay motivos por los que ser rescatados de nuestras islas, si queremos mejorar -pues obviamente hay muchísimo por mejorar en esta tierra, al igual que en todas- debemos empezar por conocer nuestra historia para no repetir errores, unirnos dejando de lado estúpidos piques y guerras entre islas y, sobre todo, debemos dejar de esperar y empezar a actuar. Un saludo.

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