martes, 5 de marzo de 2013

Escrito (5/3/2013)

Caníbal.


El corazón le estallará, literalmente: siente como los ahogados, una desesperación que no tiene que ver nada con la asfixia, ni siquiera con el sentimiento de saberse inminentemente muerto, sino más bien con la brutal idea de descubrir que todo es mentira, que el hombre no es divino y que la muerte lo domina a su antojo.
            Ahogándose, lleno de quemaduras, cocinado vivo… el vapor le impide apenas ver, así que busca a tientas con las manos una escapatoria: peor... se llaga las manos a cada toque contra el metal y desesperado comienza a gritar desesperado recordando que el agua encharcará antes sus pulmones si lo hace.
            Lo sacaron de su medio natural mientras dormía, amarrado, cegado: para evitar su defensa le amarraron los dedos los unos con los otros y antes de lanzarlo al caldero hirviente le partieron sus codos a golpe de martillo… además, una ceja se le rompe por al haberse golpeado contra el fondo de la olla: el chef caníbal no puso miramientos, porque al fin y al cabo, no es hombre, es comida... tampoco: lujo para el paladar, no necesidades del estómago.
            El calor aumenta de manera gradual y este plato viviente desesperado se choca una y otra vez contra las paredes metálicas… una y otra vez… sangre… una y otra vez… cadera rota… una y otra vez… cerebro machacado.
            Las paredes de sus venas revientas por la mayor fluidez del flujo y está sangrando en su interior: el sabor cobrizo se le queda en la garganta, pero apenas tiene el consuelo de escupir… con cada escupitajo se le seca más la lengua hervida y desea la muerte que cínicamente se niega a rescatarlo.
            Pasan unos quince minutos y lo sacan del caldero: “termina la agonía”, pensó… erró… los caníbales le colocan sobre una bandeja, lo untan de mantequilla y uno en cada punto comienzan a tirar de sus extremidades buscando el arrancárselas. Son incapaces, así que el chef principal agarra unas tenazas descomunales y se las clava a mita del tronco: un cuerno en el estómago y otro en la columna. Ahora sí: ahora bien sujeto es cosa fácil desmembrarlo.
            Durante el almuerzo, traen un Bull-dog francés adulto. Entra un camarero. Hace correr al perro, más rápido, más rápido, más rápido… lo revienta de agotamiento, se oye el estallido de su hígado… uno de los comensales, se ha entretenido durante los aperitivos clavando tenedores en el cuerpo del animal, viéndole sangrar.
            Finalmente el perro muere, porque el jefe de cocina parte su cuello.
            Cierra el libro, asqueado, provocado por la escena que acaba de leer descrita. Para comer langosta hervida y en la tele una corrida de toros.

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