viernes, 8 de marzo de 2013

Escrito (8/3/2013)


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            Su calavera parecía no tener cubierta propia, sino piel prestada, injertada a trozos, chupada, con la textura propia del papel de celofán y tan despreciable como ese mismo papel seco junto a uñas que lo rozan.
            Su cuello es similar a pene de niño sin circuncidar, despertando en su primera erección: aunque recto, delgado y frágil, lleno de venas repugnantes e hinchadas de sangre lila… a penas puede cumplir son su función.
            Las clavículas empiezan en dos bolas de billar descalcificadas, amarillentas, seguidas por esos largos palos que te recuerdan a las alitas de pollo: poca carne, excesivo pellejo… de los hombros salen el húmero, del que cuelga un tríceps semimuerto, igual que si tomamos una bolsa de basura de las que chorrean y la rellenamos con carne picada y podrida… amárrala a un palo-escoba y formarás un brazo famélico, del que se sujetan desganadas fibras musculares autofágicas.
            Las manos coronan sus brazos: manos casi bidimensionales finalizadas en falanges huesudas como alfileres, pero largas, lo cual es una ventaja a la hora de vomitar… uno solo de esos dedos de uñas amarillentas, atravesando su garganta y es cuestión de segundos que la bilis, los grumos y la sangre estallen de su boca.
            Su teta es agrietada, sin vida, sin ganas de que alguien la chupe ni la desee, coronada con un pezón color rojo “polla de perro” que repugnaría incluso a la más lesbiana de las mujeres: su aureola copia la imagen de  un cráter lunar y el botó se hunde entre una riada de varices.
            Debajo de sus pechos los costillales, delgados como ramitas formando nidos: estoy convencido de que tan solo con una mano podría coger las siete costillas y apretando, quebrarlas todas de una vez, simplemente formando un puño con ellas entre mis dedos… estos huesos soltarían polvo y astillas que irían derechos a inyectarse contra unos pulmones casi inútiles.
            El muslo apelmazado contra un grotesco fémur, todo soportado por esas rodillas desgastadas de  tanto hincarse frente al retrete: una y otra vez, una y otra vez, al menos dos –máximo tres- veces diarias… con cada comida la siguiente purga. Los vapores del vómito la hacen sentirse victoriosa, así que no le importan los ojos hinchados por el vapor, el hambre ni el cerebro que huyendo de la jaqueca intenta escapar a través de las cuencas… cada vez que se desloma contra el váter, una a una sus veinticuatro vértebras salen a flote, como gigantesco granos de pus a punto de estallar, eso que tienen la cabeza blanca y jugosa.
            Se amarra bien la 38, se excota marcando el esternón, peina su pajillento pelo y sale a la calle, a la guerra, a triunfar… pero pocos se dan la vuelta a su paso para echarle un ojo y quien lo hace, es por el morbo de observar un monstruo andante, un ser que John Constantine quizás mataría al confundirlo con un cadáver andante, un sujeto parido por anuncios de “Mango” y “Pantene”.
            A su paso carteles, luminosos, escaparates… repletos de photoshop, de imágenes inalcanzables, embusteras para mentes tiernas… modelos de belleza anémica y entro toda esa publicidad, un niño tan negro como desnutrido en cuya frente reza “Ayuda al Sudán”...

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