Marchitando
Un perro
con tantísimas garrapatas en las orejas que le colgaban por culpa del peso de
los insectos… la causa del descuido: unos dueños, compañeros de vida, demasiado
ancianos aún para cuidarse a sí mismos, mucho menos a un animal cuyo lomo
parecía una pared descorchada gracias a los huecos calvos por la ausencia de
pelo ya fuera por el eccema o por los mordiscos de perros más sanos y fuertes
en el parque… querría evitar las peleas, pero su correa es una vieja cuerda
deshilachada amarrada de aquella forma sobre el cuello de la mascota… el único
nexo de unión entre soga y mano, fuerza desnutrida en manos de viejo.
Un perro
fiel como todos, famélico, despelado, con llagas en la lengua por el olvido de
una buena comida… un perro hecho tirajos sobre la falda de su amo, un ser tan
profundamente amoroso como inútil: pañales para la incontinencia demasiado
cargados de excrementos y humedad –se acabó el dinero para la enfermera y la
sanidad pública no cubre gastos de muertos inminentes- le rozan el culo
formándole costra entre las nalgas… albornoz cosido con tela de toalla que
apenas llegaba a cubrir hasta la mitad de sus canillas, huesudas tibias como
palos de bambú finos y secos por el sol, adornados con llagas blanquecinas…
Come un plátano –de los pocos alimentos posiblemente masticables por sus
paletas-, mientras el perro lame los restos de su boca y él lo acaricia con la
mano sobrante… de fondo la ruidosa verborrea de algún programa casposo en la
tele y llevando el compás, el sonido de la aspiradora acariciando el suelo de
la alcoba: su mujer debía estar limpiando de cara a la vista de su hijo… la
quinta visita en un mes… la quinta espera vacía.
Los
claves de ayer se marchitan en el jarrón nuevo sobre la mesa, flores apoyadas a
través del cristal sobre dos volúmenes de
libros leídos, releídos y olvidados… el viejo disfruta de fruta, visión
y compañero como un niño sintiendo el derretir del polo sobre boca y mano en un
día de playa demasiado abrasador…
No hay
visión más hermosa: es ella vestida por un traje sin mangas con estampado
estilo “cortina del salón”… un traje demasiado corto por ser comprado de joven,
cuando las tetas aún no colgaban y el pelo estaba en la cabeza, no en axilas y
bigote… un traje que se empeñaba en seguir usando en la senectud a pesar de que
sus pelos del coño pasaban frío por debajo del corte del vestido.
Peluda,
estornudando zafiamente por el polvo que arrastra el aspirador, brillante por
el sudor de hoy y ayer, pero así todo el viejo no imagina una escena más
hermosa... la remata el perro cagando en mitad de la alfombra: ahí se quedará
hasta la tarde, que ella no puede agacharse y él tiene poco tiempo para
disfrutar de los primeros rayos del sol desparramándose sobre el sofá… lo
primero debe ser lo importante.
Con la
grasa de sus brazos tira libros, almohadas y hasta un vaso mientras limpia con
el aparato: maldice con cada microaccidente y empuja al perro –“sale”- con el
pie: el bicho busca refugio en su dueño.
Cuando
va por la mitad su esposa se tira tal peo que inunda el cuarto con ese incienso
propio de las alcantarillas que se abren de repente a primera hora de la
mañana, cuando aún hace poco viento como para dispersar el olor de la cloaca,
pero lo justo como para permitir que el olor a huevos podridos en el microondas
se quede impregnado durante pocos metros a la redonda… Un peo fétido y espeso,
que si abres la boca te ahorras una buena comida… su reacción fue… tirarse
otro, idéntico y reír, ambos ríen, incluso el perro ríe aullando… y los tres se
aman, flacos, pellejudos y con trozos de pelo por caerse… la vida es
inteligente y está programada para que con el paso del tiempo el amor no se
base en mentiras piadosas como lo bonito o lo pasional… la vida le enseñó que en
el amor la comprensión, la compenetración y el apoyo mutuo es primordial, pero
no lo más importante… basta con querer a secas, sin preguntas, que las personas
estamos hechas para el amor, no para el entendimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario