Felicidad enlatada.
Pasaba la tarde rascándose los hongos de la cara a la
puerta del templo católico. Algunos eran frescos y aún rojos por la brevedad de
su erupción y otros, los más picajosos, los que estaban cargados de incosolable
desesperación, estaban resecos, con una costra blanquecina a su alrededor…
rasca y rasca con las uñas podridas en mierda de pájaro, perro y hachís –único remedio
para un sueño tranquilo lejos de la realidad… unas horas de paz en el cielo de
la ficción- entrando en una pescadilla viciosa: se alivia el picor, se
infectan, aumenta el picor, rasca, se infectan, se alivia el… Pequeñitos, pero
esparcidos a lo largo del rostro como miles de pulgas con agijón avispero que
mutilan su cara… el afeitado es un alivo: la hojilla destrulle estos microchampiñones
dándole igual que su sangre bacterizada se extienda al cuello, la frente,
incluso el pecho… no importa el pecho, allí exite algo peor: la garrapata
traspasada desde su perro. Se arrancó con su navaja a este inquilino con la
mala suerte de dejar sus patas en el interior del costado creándose una zona
entre verdosa y morada que se iba apoderando del torso lentamente… por suerte,
no tiene demasiado lomo del que apoderarse. “Vete al médico”, es fácil decirlo
para personas alejadas del templo de Hades, pero en un país donde entre todos
pagamos dietas de cien pavos al día y coches oficiales a quienes violan y
desvalijan la sanidad pública, curarse es un lujo restringido para el alcance
de quien vive entre jeringuillas y vinos en cartón.
Se rasca, se corta, se clava la punta del metal… no
existe el alivio: irónica alegoría del estado de su alma. Como único respiro,
acariciar a su único amigo, su compañero de hocico y cuatro patas que se
entretiene por las noches lamiendo las llagas del caminar descalzo de su dueño…
Un perro pequeño sin correa que no se desprende de la inútil compañía de su
amo, tan flaco como el caballo de aquel viejo loco de La Mancha y con una
sonrisa sempriterna en la mirada… El adicto se responsabiliza de este can por
amor, por agradecimiento a su fidelidad, por compañía, por ética
responsabilidad, pero sobre todo, se hace cargo del peludo porque este animal
es una materialización zoológica del microscópico trozo inocente de su alma… si
muere, se pudre o se revienta el perro, se terminó el juego… hasta nunca parte niña
de mi soledad.
Salen los feligreses tras el culta y se dedican a manchar
con cobre la gorra del vagabundo: pequeñas monedas… qué barato les sale limpiar
su conciencia. Un niño juega a robar la alcancía y el animal enseña los dientes…
un perro tan pervertido por la asquerosidad de los humanos que incluso él
valora la muerte del dinero… tan feliz que sería desconociendo los billetes, conformándose
con caricias, huesos de pollo y polvos furtivos con perrillas en el parque… se
nos olvidó cuando rompimos con el mono que la vida es sumamente sencilla, bella
por su fruacidad, por su detallismo y simplicidad… inventamos las palabras “mío”,
“tuyo”, “propiedad” y se acabó la sonrisa con los cielos despejados en la arena
agarrados a la teta de la esposa… cambiamos la tranquilidad, la mirada pura de
los hijos, por la prisa, el agobio y la riqueza alejante.
Ya es la hora… comienzan los escalofríos, el hambre sin
apetito… rasca, rasca… el picor está en la cara, en el cuello, ahora en la
barriga… baja a la entrepierna, a la canilla ¿lo hongos no estaban solo en la
zona de la barba? No son ellos, no son los aguijones quienes pinchan, son las
otras agujas quienes llaman… “Vamos a casa, mi coleguita” dice al perro.
Llegan… sientan… respiran… come un bocado de aquel pan
con chorizo y moho, aparta los condones rellenos de anoche y en una caja pulcra
están su paraíso en miniatura: cuchara, mechero, elástico e inyección…
La coloca en el metal y con el fuego le va dando calor,
la prende, la derrite… la cuchara también se funde y van cayendo diminutas
gotas como el caramelo líquido que su madre le echaba hasta ayer, hoy, hace mil
años en el flan… gotas de caramelo al hierro derramándose sobre su pulgar,
perforando aún más esa bolsa provocada con esmero tras años de vicio vacuo, de
felicdad ficticia que bloque las neuronas del recuerdo durante un par de horas –tres
con suerte- reuniéndolo con Alicia en el mundo del conejo…
Ladra, ladra, ladra desesperadamente porque ya no huele
el alma de su dueño… ahora le muerde el bajo de los pantalones, la pantarrilla,
el gemelo… una patada… un descomunal puntapié que parte el colmillo de su
mascota… “¡Los siento!¡Dios lo siento, perdóname!” grita al conciensarce del
castigo sin culpa provocado a su compañero, a su alma buena, a quien ahora llora y gime… él
también llora, desconsolado, como cuando se le caía en flan con caramelo… se
chuta… durante un para de horas –tres con suerte- olvidará la patada a su
amigo, el pan con moho, la realidad apestando…
No hay comentarios:
Publicar un comentario