Conteo Regresivo.
Uno…
Se
encuentra completamente tranquilo en su sofá de cuero blanco trasgruñando con
los ojos las luces de la noche… luces urbanas que en su orgullo del avance voráginoso
destierran a la luna de su labor principal.
Dos…
Un gato,
su gato, un gato gordo, naranja, atigrado, gandul y desparramando su grasa por
lo ancho del alfeizar, jugando con el esqueleto del ratón muerto que encontró
hace una semana… huesos como ramitas desquebrajadas de los que se unen
grotescamente una cabeza de roedor completa, sana, casi viva… un papahuevo en
miniatura juguete entre las garras del felino, observado por un dueño desganado
que igual le importa tanto un ratón corriendo por la casa que un cadáver de
pechos grandes encima de su pubis.
Tres…
El
cristal está entre-abierto y la lluvia finita, acuchillante, le impacta en el
rostro como sangre contra el suelo cayendo desde una vaca parturienta en el
establo… nota su textura, su golpeteo constante, su cálida frialdad… uno,
máximo dos metros lo separan del marco, pero levantarse sería, a gran escala,
igual de incómodo que soportar una noche entera aguado por el cielo.
Cuatro…
El huevo
batido sobre el arroz con verduras y soja se ha quedado frío hace rato, sin
textura e insípido… ¿para qué calentarlo si pronto volverá a enfriarse? La
cerveza de la cena a medio acabar en la lata le ayuda a embotar despreocupación.
Cinco…
Pasa el
camión de la basura con su aroma a peste apelmazada, mezclada y revuelta, igual
que el olor a pastelería: todos deseamos comer un dulce con sabor a “olor de
pastelería”, pero es una frustración que arrastraremos de la cuna hasta la
tumba… él se presenta indiferente ante el cubo, ante los gritos de los
basureros, ante la amalgama de desperdicios… hederá de todas formas tanto si se
quejase como si se alegrara por la recogida de los cubos.
Seis…
Un
idiota en la radio está tocando unos pequeños blues desafinados, sin ritmos y
tristes no por su sentido, sino por su incompetencia musical… Lluvia, cena
fría, blues, peste y luz artificial: todo es tan colosalmente depresivo que es
imposible parar de sonreír.
Siete…
Un
revolver, un tambor, una bala… sentado en su sofá de cuero blanco, frente al
gato gordo, con la comida fría, con la lluvia sobre la cara, con el ratón
descarnado, con la peste ambientando decide jugar a la ruleta rusa no por
sentirse triste, tampoco alegre… simple curiosidad nihilista de ver como es la
inexistencia tras la muerte. Una bala de entre ocho posibles… ya van siete
disparos con “click” en lugar de “pum”.
Ocho…
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