Conflicto.
Diez deditos… diez deditos ensangrentados… diez deditos
ensangrentados, volando, lejos, muy lejos de la mano, del muñón que ha quedado
al niño: un trozo de carne amputada que comerán los chacales de las dunas, pero
ni una sola lágrima, pues el impacto, el dolor, el terror es tan horripilante
que su cara queda desencajada ante la explosión de la mina, esa mina-trampa en
forma de juguete perpetrada por mentes de naciones civilizadas, países donde
las leyes impiden la laboridad infantil y cuyas fábricas de armas venden
metralletas a niños soldados que juegan a ser hombres… Un niño sin mano al
intentar coger aquel muñeco: los juguetes nuevos son leyendas, unicornios
azules que solamente existen en canciones ñoñas y en la utópica fantasía de una
mente cruda, infante, aún sin madurar completamente… Un niño con muñón y
arapos, consumido por el odio inculcado a fuego como tatuaje bovino, rodeado de
adultos vestidos con fusiles que se visten con chaquetas de aspecto metálico.
Tu compañero sonríe viendo la mutilación del chaval,
espera ansioso… desea el momento… se relame como un perro que escucha el
paquete de las galletas… y de repente, sale: el abuelo del chico va en su
socorro y cuando le falta solo un metro recibe un tiro limpio del soldado que a
punta estaba de correrse por saberse perpetrador de una muerte a punto… una
bala incandescente, rojiza, rápida… tres centímetros de guadaña desparraman
sesos y pedazos de cráneo por el suelo de oriente próximo… las pupilas del niño
se dilatan por horror al tiempo que el fusilero recarga para disparar en su
rodilla: no desea matarlo pronto… prefiere provocar heridas con el hierro en
busca de incautos que corran en ayuda de su víctima… Dispara a la otra rodilla,
a la mano que aún queda, a la entrepierna… hoy no existe suerte: los amigos del
muchacho aprendieron la lección y se refugian en sus chozas… pronto acudirán
las bestias… pronto llegarán las moscas verdes… pronto, el niño comenzará a
llenarse de gases y coágulos para desparramar sus fluídos sobre el desierto
rezando porque el perro que cuida la granja decida morder pronto su cuello…
El francotirador se frustra: una sola muerte… dos menos
que ayer. Se dirige hacia “el árbol del espía”… un matojo de poco más de metro
y medio del que cuelga un soldado del ejército contrario, desnudo, cortado,
amoratado… el soldado de tu batallón, el soldado de tu patria, el soldado bueno
coge un par de cuchillas y las frota de canto contra el pecho, la lengua, los
dedos del detenido… es tortura, pero justificada, pues al fin y al cabo lo
haces por amor a tu país… los cascos azules miran hacia direcciones opuestas porque
en la guerra hay demasiadas balas en el aire con nombres aún por conocer… un
hombre con traje de soldado, el uniforme de los asesinos a sueldo del estado,
masacrando a otro ser humano con morboso placer… además, tampoco está haciendo
algo del todo monstruoso: seguramente ese tipo del árbol tenga información
privilegiada sobre algún ataque de cabreros con armas de segunda mano y en tus
manos se encuentra el uso de cualquier medio para sacar esa información… si lo
descuartizas bien, con tortura, pero con cuidado, manteniéndole la vida, quizás
te de la información necesario para convertirte en el que salve al campamento,
en el que evite la muerte de miles pagado con el sufrimiento de un enemigo –pago
más que aceptable-…cuando los cadáveres no son padres, hijos, tíos, novios de
nadie, sino números de una estadística, un hombre cuenta lo mismo que una
cebolla más o menos en la sopa: la ética
se dobla endeble como una espada a medio forgar y por las mismas acciones que
en un país sin conflicto irías a la cárcel… te pondrán un medalla…
Grita, se desangra, se cae a pedazos, pero no dice
información –no existen palabras para describir lo inexistente-, así que el
soldado decide dirigirse al poblado en busca del otro desahogo: un pasatiempo
con velo en el cuerpo y agujero entre los muslos… un pasatiempo que se abre por
un plato de comida… un pasatiempo que perdió la fe en el hombre entre el ruido
de los disparos y cuya venganza contra su especie es transpasar la gonorrea a
cuantos más incautos le sea posible… El condón más próximo se sitúa en algún
anuncio de la radio, así que el gozo es mayor y cuando nazca el bastardo tiro
en la nuca y la zanja: otra cebolla más del caldo.
Contemplas estas acciones aterrado… observas la Gomorra
pasándos del mito a la realidad… miras arrepentido de haberte alistado
voluntario en las filas de una guerra que sigues sin comprender: miles de euros
no son suficientes a cambio de cerrar los ojos y continuar viendo a aquel medio
niño manchando de mierda y sangre el piso con sus intestinos, mientras lo arrastrabas
a la fosa comunal… por suerte aquí el opio es tan fácil como conseguir tabaco
en una máquina del primer mundo… opio para calmar a Satanás en tu cabeza cuando
las estrellas y coca para despertar al mercenario patriótico que debe disparar
bajo el sol.
Puta guerra que convierte a hombres, mujeres, niños… en
cebollas para la sopa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario