lunes, 27 de mayo de 2013

Escrito (28/5/2013)

Caprichos.
            Un trozo de piña cae al sofá blanco manchándolo todo con salsa de tomate y jugo: ya es el quinto triángulo… mamá corre con el “fuchi-fuchi” desesperada a limpiar la marca de perezosa glotonería marcada en el mueble mientras ella apenas masticando, engullendo como las ocas, ni siquiera levanta los pies, tirana, irascible, pervertida por actitudes adultas… ella solo se afana en continuar con la pizza hawaiana y cuando su madre tapa los dibujos grita, desesperado, igual que con el desgarro de un perro que aulla las sirenas de ambulancia, dejando caer la porción entera –a propósito- sobre el sofá.
            “Ten cuidado, mi amor” es la única reprimenda… le da un nuevo vaso de refresco –el de limón no le gusta y entero, lo hace cambiar por el de fresa- y le va calentando los gofres en el microondas: deben estar calientes, con el chocolate derretido justo al acabar o habrá una nueva huella de zapato en la puerta de la cocina.
            La “Barbie” a un metro escaso… la mira… la penetra… la fulmina… arranca su cabeza de un mordisco y tira el resto por la ventana.
            “Quiero otra, estaba muy vieja.”
            “Esta tarde mismo compramos una.”
            “¡Ahora!”
            Papá coge la cartera y va a una hiperjuguetería… deben alimentar pronto los deseos napoleónicos de sus tirabuzones rubios, porque igual de rápido cambia el apetito de un objeto a otro: cuando no le recordamos a nuestros que, salvo la muerte, nada es gratis, se acostumbran al ritmo de la máquina expendedora… apetitos saciados al instante por una cantidad determinada de dinero: bocadillos, condones, refrescos… pronto tetas de plástico y corazones rotos de repuesto (incluso el desamor es algo bueno si te has olvidado de sentir).
            Mamá hace la cama, recoge el cuarto, la cocina, friega suelos, plancha… diez años… diez años de ineptitud… diez años de escasa atención paterna ¿quieres un abrazo, que te escuche, que seque tus lágrimas? Toma dos pasteles, un osito de peluche nuevo y déjame tranquila, que a mi los niños solo me gustan cuando juegan vestidos de princesa y se manchan la boca con el chupa-chups de los paseos.

            Criada como una putita a la que le compran silencio y paz con juguetes, golosinas y pelis de ratones gigantes con voz de mariquita, pronto será una buena puta… por suerte, su metabolismo es demasiado rápido y en un par de años comenzará a meterse los dedos en la boca cuando empiece a leer revistas con el canon de belleza de la mujer sin curvas en el culo, solo en las costillas… en unos años los antojos de “Barbies”, chocolate y cines los miércoles se cambiarán por peticiones de tacones, trajes caros y coca “fify-fifty”: ni muy buena ni muy cortada… papá y mamá pueden darte las dos primeras, pero para el polvo tendrás que tragar muchas corridas en baños de discoteca… en realidad no buscas el subidón del tiro por la nariz, ni que te digan lo hermosa que eres ni que bien te queda el tatuaje a la altura del chocho… lo buscas a él… pero papá sigue sin hacerte puto caso y no lo encuentras en ningún hombre maduro por muchos penes que sigas dejándote meter… la buscas a ella… pero mamá no está en unas amigas tan perdidas como tu alma inmadura y malcriada, forjada a base de deseos colmados y caprichos saciados a la velocidad de la máquina expendedora… abrazos y cachetes que nunca se dieron ahora los cambias por polvos en el callejón de atrás con las bragas por los tobillos y su colega grabando con el móvil, esperando su turno… en un alma desabrigada por ausencia de cariño incluso el sexo vacío, sucio, como aquella “Barbie” demasiado vieja, se convierte en una buena opción.

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