miércoles, 29 de mayo de 2013

Escrito (29/5/2013)


Mentalmente.

            Los marretazo desprenden microbios de piedra… finos… pequeños… aguijonantes… se les meten en la piel del rostro, ardiéndoltes, como pequeñas picaduras de araña: tan insoportables como inevitable, con el contratiempo de que no pueden rascarse, ya que, los guantes con el que agarran semejante martillo de plomo son demasiado gordos y están cosidos al mono de cuerpo entero… 32 grados isleños con el porcentaje de humedad rozando lo tropical y el único alivio es más agua, el agua de una garrafa recalentada por el sol gradual de la mañana a la tarde: diez horas tirando las paredes de unos apartamentos de playa que nunca disfrutarán.

            Pequeños descanso para turnarse, así ha sido siempre: oficiales de pintura que trabajaron codo con codo desde que uno creó la empresa y que en los tiempos en los que al potaje ya no se le mete chorizo y morcilla, sino le echamos berros y piña, echaron a los empleados que se fueron como pollos sin cabeza cuando bajaron las ganancias, diversificaron los objetivos –los baldes de pintura ya no eran suficientes para llenar la olla- y son dos, la familia más minimalista…

            El sol es tan relativo como el tiempo: placer sensual cuando estás tumbado en arena amarilla notando los pechos de tu mujer y tu hijo corre hacia las olas… tortura monstruosa cuando como plomo derretido cuando el acero de veinte kilos destruye la rotación de tus hombros cuando golpeas un muro de picón y cemento… no hay más remedio que seguir para pagar letras, agua, luz, la cuidadora de una madre inválida, los libros del colegio, las cervezas de los domingos en la playa bajo ese hijo de puto del cielo que ejerce maldad y misericordia a su antojo como los dioses primitivos, como los dioses de la tele, como los dioses de papel y pintura…

            Son casi las seis, en unos minutos acabará la agonía y la señora de la casa es buena patrona: no vuelve hasta el Domingo, así que deja a los obreros quedarse en su casa para no pegarse la paliza de vuelta hasta la capital, siempre y cuando la mantengan limpia, no cojan nada de la nevera salvo el agua y no llamen a amigos ni mujeres para que los acompañen… es una extraña manía de los que crecen entre algodones: pensar que quienes sudan su nómina y beben cerveza marca blanca en lugar de cava con gin van a saquear sus manjares si ven una entrada secreta hacia una vida que desconocen y supuestamente anhelan… no comprenden que la honradez no depende del dinero o las posesiones, sino del grado de satisfacción al que aspires… a algunos les basta con esos pechos en el arena.

            Seis en punto. Deja caer la marreta al piso –se rompe un poco, ya le pondrán algo de relleno- y lo primero es desabrocharse el mono a duras penas, con desesperación, impaciente, igual que cuando tienes una cucaracha en la espalda y comienzas a dar vueltas como un perro en busca de la cola porque el insecto está en el sitio estratégico donde tus manos no alcanzan.

            Fin de la jornada… van al salón y sin ducharse, cogen el pequeño picnic de la nevera: embutidos, unas litronas, hachís y algunos pastelitos.

            “C’est la vie” exclama uno de los trabajoderes mientras suda con el culo el sofá blanco de la señora… el otro se tira desnudo en bomba al centro de la piscina, riendo como un niño que descubre la espuma de las olas por primera vez y el del sillón lo observa a medio andar entre la indiferencia y la nostalgia… ya son doce años… doce años de trabajos en común… doce años yendo de isla en isla participando en construcciones, arreglos y reformas… doce años vagando entre pueblos con la furgoneta cargando y descargando herramientas, cubos, sueños y experiencias… demasiadas anécdotas, tantas que las que ha vivido con él eclipsan las familiares, las de los asaderos en el barrio, las del fútbol veterano…

            Demasiado tiempo vivido en común, solidificando los lazos, haciendo pequeña la sangre.

            Se levanta del sofá y le acerca una lata prohíbida de la nevera: si es por él, arriesgarse vale la pena.

            “Toma, ya no queda cerveza y el agua está caliente”.

            “Son de la bruja”

            “Que le den por culo”.

            Sale de la piscina y se sienta en el mismo suelo a beber el refresco. El sol ya no está de mal humor, así que decide disparar rayos agradables.

            “¿Te acuerdas de cuando estuvimos mes y medio en la isla grande para hacer unas oficinas, cuando todavía teníamos a unas treinta personas en plantilla?¡Qué mal lo pasaste cuando pillaste la gripe!.”

            “¡Joder!¡Cuarenta y uno de fiebre!Si  hubiera estado solo en la habitación estaría muerto… o vegetal… no lo se, la verdad que me echaste una mano.”

            Coge los restos de su cerveza y también se sienta en el suelo. Prefiere quitarse los pantalones antes para no mojarlos, pero se deja la camiseta, porque para él el solo siempre es un enemigo ulcerante.

            “Muchos ratos juntos… nunca demasiados”.

            Se acercan… se juntan… sus brazos se rozan… el de la birra comienza a deslizar su mano desde el pecho hasta la cintura logrando alcanzar los testículos de su compañero.

            “¡Quita!”es su  primera reacción “¿eres maricón?”

            “No, solo soy un hombre… ¿y tú?”

            Tras un silencio dejándose acariciar unas bolas sudadas es capaz de responder.

            “Lo mismo supongo”.

            Empiezan a besarse, con la lengua muy hondo, caricias, pellizcos algún empujón lleno de rabia, la rabia del amor reprimido durante más de una década, la peor rabia… y no: ninguno es maricón, ninguno ha sido atraído por hombres jamás, ninguno había chupado una polla hasta dentro de cinco minutos… los varones no les atraen, solo se atraen el uno al otro… solo se atraen dos corazones con miles de kilómetros en común, sentados en la furgoneta compartiendo cuentas, chistes y riñas… solo se atraen dos amigos que han llorado el uno en el hombro del otro por la muerte de un hijo o por una madre que dejenera a la velocidad de la noche… no son maricones, solo se aman en silencio desde hace años… porque el amor no es genital, el amor no es romántico, el amor no es velas en una mesa a media noche… el amor es limpiar el culo del ser febril y levantarte cada dos horas en la noche para ponerle paños fríos en la frente… se folla bien cuando lo reduces a dos penes, a dos anos, a pene y vagina, a dos vaginas, pero se folla con éxtasis cuando follas con psicología… ellos son dos obreros que no están follando un hombre a otro hombre, sino un corazón a un corazón, una mente a una mente… ya lo dijo aquel rubio: “¡hay que follarse a las mentes!”… y a los corazones unidos por experiencias compartidas.

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