viernes, 3 de mayo de 2013

Escrito (3/5/2013)


Gira y gira.

            Cucarachas inglesas entrometiéndose por las grietas de la pared, por los chorros del agua, por los enchufe… más de una vez se ha despertado con un dolor que quita las ganas de vivir porque uno de estos insectos semi-incoloros se le ha introducido en el oído devorándole el tímpano: molesto como sus primos los mosquitos trompeteros, pero sin el placer de la música.

            Una comida a base de latas caducadas de la parroquia, agua terrosa del bajante y el hedor de las bolsas de basura deslibando baba de comida muerta… Dos ancianos que apenas se miran, concentrados en sus platos, devorando, olvidándose de la camadería, focados en engullir con prisas el alimento por el inconsciente miedo a que se lo arrebaten. Ella es gorda, desfiguradamente obesa, como si la hubieran emparedado en un armario alimentándola como a ocas con fonil y solo se hubiera liberado porque la grasa de su cuerpo reventó la madera… grasa que se extiende al pelo enfermizamente cano, rizado, chorreante de peste cadavérica por negarse a duchar con agua fría desde hace semanas; el pelo del sobacose extiende hasta el comienzo de las costillas mientras el sudor del mismo se hace espeso como el sabor a sueño tras la siesta, impregnando todo el cuarto, agarrotándose a medio camino entre la garganta y el paladar… nariz rota y ojos profundamente airados: el hambre entra en conflicto demasiadas veces con la ética… La flaqueza de él lo compensa, una delgadez holocáustica dejando al descubierto su esternon, similar a cuando has comido las pechugas de un pollo asado y lo volteas para escarbar más carne… algunas de aquellas cucarachas hicieron nido hace tiempo en su tobillo y los huevos traslúcidamente blancos estallarán hoy mismo… la cara está hundida en los cachetes, con barba débil, pero de notorio descuido: su única hojilla le jironaba la piel por culpa del óxido en las cuchillas… como dientes caries negras, marfiles podridos obligándole a apapillar cualquier plato… una mancha de orín vitalicia se desparrama sobre su muslo estríado. Ambos comen desnudos por culpa de la calima sofocante: razón demasiado alejada de un erotismo apagado hace inrecordables años.

            De repente una canción en el patio: el jacoso del saxo se dedica a componer y ejecutar buenas canciones, porque gracias a la suerte se le han destrozado todos los contactos neuronales salvo el del arte…

            El viejo para de sorber el atún y tras unos minutos de escucha sonríe… sonríe… sonríe sin pensar –“no pensar” el mayor de los placeres para los que sufren- y poco a poco va hacia la gorda, la toma de la mano y se ponen a bailar… despacio… cautelosos… con miedo a clavarse un trozo de azulejo roto.

            A medida que la furia aumenta los soplidos sobre la lengüeta se hacen más duros, las notas mejor audibles y el comás mayor bailable… Los viejos bailan tropezando, perdiendo el ritmo, mal, ridículos, felices… recuerdan la época de recién casados, cuando no existían caderas rotas y aún podía manejar el taxi, traer dinero a casa… la época en la que el piso era último modelo y los pasitos del niño inundaban de esperanza a la familia, después rota por la bronquitis infantil, mortal… la época en que ella no se refugiaba entre huevos fritos, pasteles y refrescos, sino salía con el pelo suelto sobre tacones camino de la mercería… la época en la que el “Prozac” eran cosas de locos y no de su esposa…

            Bailan, se restriegan, se juntan sus barrigas, el perfume del sudor y los orines resecos torna a las cucas en gusanos de seda y el mono del caballo se apodera de los dedos incontrolados del saxofonista: una orgía asexual de baile, música y vicio frustrado que acaba en el mejor orgasmo, la mejor corrida: sonreír a un tiempo sin motivo con tu amado.

            Se agotan y se caen al suelo para dormir allí mismo hasta que el calor los despierte al mediodía… sonrientes… sin pensamientos… en posición fetal: el pene se roza contra su nalga y la mano izquierda baja casi hasta el ombligo para caer en el sueño agarrado de su teta igual que de jóvenes… Entran en ese coma que nos domina cada noche sintiéndose agradecidos de haber descubierto que en contadas, pero imprescindibles ocasiones las manecillas del reloj giran hacia la izquierda.

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