miércoles, 8 de mayo de 2013

Escrito (8/5/2013)


7 Vidas.

“La grandeza de una nación se juzga por la manera en que son tratados sus animales” Mahatma Gandhi

            Cuatro… tres… dos… camión del “Corte Inglés”… Las malditas casualidades convergieron en que no fuera el asfalto, sino el hierro quien forzara su fallecimiento… Cae desde un cuarto piso y es reventado contra el intacto parabrisas de seis toneladas impulsadas por la prisa consumista de sus apagados demandantes, por  un conductor con ansias de llegar a casa, de quitarse el sudado uniforme de repartidor absurdamente inadaptado al clima isleño y por una luz ámbar señal de pisar gas… Impacta justo en su cabeza naranja desquebrajando automáticamente medio cráneo, media piel, media identidad… sesos esparcidos a lo largo de la carretera mientras cientos de hormigas salidas antinaturalmente del concreto lo devoran desganadas, solo por una necesidad autoimpuesta de amontonamiento, de engorde masivo, de comida rápida… Milagrosamente sobrevive, se arrastra, se aferra a su última vida con las garras partidas llenas de astillas y hollín tratando de llegar hasta la acera. Sucio… sufriente… ignorado…

            Dos metros… solo dos metros para la salvación, pero ¿qué son dos metros?No solo el tiempo, sino el espacio es relativo, pues el felino que saltaba sobre cucarachas y ratones pasando del sueño a la ira desvocada en microsegundos, ahora, destruido y soportando el peso de sus tripas hechas puré dentro del pellejo, es incapaz de alcanzar la orilla: un pulmón descolgado dificulta demasiado el movimiento.

            Sesenta minutos concentrados en un segundo –el exasperante dolor actúa como un agujero del gusano invertido- pasan frente a las estalladas pupilas del animal quien lanza un “miau” agónico sin sabe quien lo escuchará: un S.O.S. del náufrago que se amarra a un buque fantasma como esperanza de avanzar… Pasa el chaval en bicicleta sin fijarse en el suelo y aplasta su columna con la rueda delantera… luego la trasera… Queda impregnado contra el asfalto como piel de oso frente a chimenea, pero vivo… la muerte tantas veces repudiada se convierte en un tesoro utópico que se resiste exageradamente a su desenvoltura…

            Con las patas de alante, clavando ocho uñas despuntadas contra el piche, se saben cerca de los peatones… demasiado cerca… peligrosamente cerca… toma una velocidad inusualmente alta incluso para un gato sano: al tener la médula partida no sintió la patada en el culo que le dio un niño malcriado para llamar la atención de unos padres soldados a su móvil… al menos, ya arribó en puerto.

            Choca contra la pared rompiéndose la última de sus costillas sanas y queda tendido, sucio e infantilmente aterrado a la espera de un Cristo de bigotes, rabo y terciopelo… Demasiados caminan, muchos lo miran asqueados y solo unos pocos fingen preocuparse acercando su mano contra la nariz (a unos cuantos centímetros, por miedo a mordiscos e infecciones).

            Un alma solidario con el valor suficiente para ayudar lo justo y la hipocresía necesaría para desear limpiar su conciencia, llama al albergue de animales solicitando un voluntario que pueda venir a recoger el cuerpo semimuerto del gato.

            No importa un año, un día o un minuto… para él es demasiado tiempo y los pequeños pajarillos habitantes de los matos, sus conocidos archienemigos, deciden jugar con los globos oculares del minino picoteándolos, irritándolos, ulcerándolos... después de todo la vida no carece de cierta paradoja.

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