Mercancía.
La embiste duramente con el pene, fuerte, decidido,
viéndose desde fuera, desde la esquina del cuarto, con el miembro convertido en
un taco de billar decidido a meter por fin la número ocho… La saliva se le
ecurre por debjo del cuello, de la barbilla, de los pechos… se atraganta y
cuando intenta safarze el le aprieta el cogote violentamente obligándola a
cometer arcadas, a ahogarse en su baba, a derramar mocos… una felación inversa
que la humilla, pues lo que entre enamorados que se follan corazón y es una
técnica de placer mutuo, de intimidad suprema, de confidencialidad a media luz,
entre demandante y demandada, entre comprador y carne puta esta mamada pasa a
ser el cenit del egoísmo varonil, del sexo más vacío, del placer básico,
solitario, donde quien pone los billetes se masturba usando la boca ajena igual
que la mano propia…
Una medias llenas de carreras que
apenas exitan a causa de su descuido, un rimel que se desparrama por su cara
mezclado con lágrimas y un pintalabios del chino que ya ha ensuciado demasiados
penes… pero aún falta otro más… da gracias a Él de que sea una polla pequeña,
ridícula, que además la tapa su gran barriga: una barriga que por extraño
fetiche coloca sobre la cabeza de la amante por fracciones… pecho velludo con
dos bolsas de grasa en lugar de pectorales, similar a bolsas de plástico
rellenas con carne boloñesa y mucha salsa, senos que custodian dulcemente el
escapulario del Carmen bañado en oro.
A lante, atrás, a lante atrás… en
búsqueda de una eyaculación que resiste su llegada… con su esposa suele tardar
menos, normal: cuando eliminas el factor “compenetración-amor-entrega” del
sexo, reduces a tu cónyuge a una vagina y te casaste por un terror devorante a
las habladurías sobre tu dudosa sexualidad… el goce de tu órganos es la única
meta en las relaciones. Además, si pagas el partido siempre quieres aprovechar
al máximo tu entrada: cinco a cero para tu equipo, pero aguantas hasta el
descuento por inútil avaricia…
Durante unos instantes no debe guardar las
apariencias de matrimonio idílico con sus beatos vecinos… durante unos
instantes no se arrodilla entre ancianas frente a imágenes de santos… durante
unos instantes no es el despreciado y
asqueroso mal compañero de la oficina que apesta a sudor rancio, roba las
galletas del armarito y confunde su lengua con el culo del jefe… hoy, con esa
puta, él es el jefe, es quien manda, es dios… un dios de paja y plastilina,
demasiado cobarde para aceptar corazón, sus tendencias… un Neptuno con tridente
forjado en billetes de quinientos que cosifica a todos a su alrededor a simples
máquinas de satisfacción: en hombres solo ve favores, en mujeres solo coños… un
ser conjurado por los necios, cuya meta principal en la vida es un triángulo de
paladar, polla y bolsillo… una existencia insulsa, repugnante, ciclal dominada
por la única obsesión de saciar protamente los apetitos para volver a tener
hambre cuanto antes…
Ya está harto de la boca y, además, una puta
demasiado inexperta que hace daño rayando con los dientes. Cambio. A cuatro
patas… lágrimas derramadas, vagina aterrada, niños que la esperan inocentes con
estómagos vacíos…
Por detrás: la madame
se lo prohibió, pero que hostias, “yo pago, yo mando” porque vivimos en los
tiempos donde el maná no es de pan y miel, sino de níquel y cobre… Entre las
nalgas y por fin llega la corrida, no sin antes rajarse el condón.
Un monstruo sale y una mujer se queda sentada en el
váter del microscópico cuarto, contrayendo el estómago para cagar, para
expulsar el dolor, el semen, la enfermedad…
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