Libertad entre rejas.
El golpe
da de lleno en aquella nariz y la sangre explota contra su puño, contra su
torso, contra su cara… cientos de vasos sanguíneos que ahora son una pasta
informe de dolor y coágulos, lo más parecido a la menstruación varonil… tabique
roto, microperforado por múltiples sitios y sus ojos sufren una presión tan
descomunal que enseguida se ponen del color de una pera borracha… El dolor
ajeno importa, pero puede más el orgullo, el sacrificio, las horas
desempeñadas, las tardes sin descanso, cada segundo alejado de su novia preñada
de muerte culpa de un atroz universo que si no juega a los dados entonces actúa
como un niño irresponsable con una lupa y cientos de hormigas… preñada de un
feto bañado en el meconio… un ser de kilo y medio al parto, un sujeto de ocho
días… ocho días conectado a un respirador provocante de vida embustera,
prolongador del sufrimiento de una persona que no ha tenido el placer de anunciar
al mundo su llegada, a un respirador que provoca asco y suicidio latente en
unos padres primerizos que se saben monstruos porque recónditamente, muy
recóndita y fugazmente, pero ahí está, como un gusano devorador, antropofágico
en algún punto de su cerebro, les hace desear la muerte del pequeño… fin del
sufrimiento presente… comienzo del llanto pasado por un hijo que apenas comenzó
a ser… Cogidos de la mano horas antes de encerrarse entre esas ocho paredes de
hierro entrelazado rompieron a reír en mitad del llanto rememorando los planes
y las cuentas para poder tener a su primogénito… un recuerdo alegre… un
recuerdo aguijonador… no existe peor recuerdo que un recuerdo alegre…
Su
cuerpo tampoco se encuentra intacto: un muslo castigado por el continuo pateo
que soporta desde el segundo asalto un morado verde, visible desde la última
grada del pabellón… dos cortes en el párpado y un dedo roto al chocar la
guantilla contra el codo de su adversario… Dos hombres que entran a una jaula con
el único pensamiento de superarse: destruir el cuerpo que tienen delante es
secundario, desagradable, antinatural… necesario… necesario para descubrir
quienes son… necesario para aniquilar sus temores… por suertes son luchadores
con alma miedosa: si carecieran de terror les sería imposible ser valientes.
Puño y
entra, puño y entra… golpea su rostro e intenta llevar al suelo a su oponente,
pero se resbala con el sudor, se queda demasiado lejos, se frustra con las
defensas durante años interiorizadas… el niño muere durante el tercer asalto:
no importa, más tarde se lo diremos…
Escupen
sangre, baba, se suenan los mocos en el hombro de su oponente, se causan daños
algunos irreversibles… se matan… se desean… se completan… Un deporte noble, una
lucha épica, no son maricones con espada y capote, son seres libres dueños de
su destino midiendo su corazón en el espejo del contrario: por eso, cuando
suena la campana, sudados, llenos de fluidos y de sangre, se abrazan, se funden
dos cuerpos en uno llegando a una liberación casi orgásmica… un abrazo que no
es más que una acción de gracias, una consagración con el octógono como altar y
el desgarrante agotamiento como ostia.
Van al
centro de la jaula: lo jueces deben decidir… uno… dos… y hasta tres… decisión
unánime y victoria para esquina azul… El padre de la muerte aplaude, un aplauso
tan sincero que feliz, porque en el fondo importa una mierda a quien le hayan
levantado el brazo, en el fondo importa una mierda la realidad del hospital, en
el fondo importa una mierda saberse en un pozo tan oscuro que le hace saber que
ese gusano seguirá perforando eternamente aquella parte de su cerebro… lo único
que importa es que durante tres asaltos ha sido libre.
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