martes, 7 de mayo de 2013

Relato (7/5/2013)


Libertad entre rejas.
            El golpe da de lleno en aquella nariz y la sangre explota contra su puño, contra su torso, contra su cara… cientos de vasos sanguíneos que ahora son una pasta informe de dolor y coágulos, lo más parecido a la menstruación varonil… tabique roto, microperforado por múltiples sitios y sus ojos sufren una presión tan descomunal que enseguida se ponen del color de una pera borracha… El dolor ajeno importa, pero puede más el orgullo, el sacrificio, las horas desempeñadas, las tardes sin descanso, cada segundo alejado de su novia preñada de muerte culpa de un atroz universo que si no juega a los dados entonces actúa como un niño irresponsable con una lupa y cientos de hormigas… preñada de un feto bañado en el meconio… un ser de kilo y medio al parto, un sujeto de ocho días… ocho días conectado a un respirador provocante de vida embustera, prolongador del sufrimiento de una persona que no ha tenido el placer de anunciar al mundo su llegada, a un respirador que provoca asco y suicidio latente en unos padres primerizos que se saben monstruos porque recónditamente, muy recóndita y fugazmente, pero ahí está, como un gusano devorador, antropofágico en algún punto de su cerebro, les hace desear la muerte del pequeño… fin del sufrimiento presente… comienzo del llanto pasado por un hijo que apenas comenzó a ser… Cogidos de la mano horas antes de encerrarse entre esas ocho paredes de hierro entrelazado rompieron a reír en mitad del llanto rememorando los planes y las cuentas para poder tener a su primogénito… un recuerdo alegre… un recuerdo aguijonador… no existe peor recuerdo que un recuerdo alegre…
            Su cuerpo tampoco se encuentra intacto: un muslo castigado por el continuo pateo que soporta desde el segundo asalto un morado verde, visible desde la última grada del pabellón… dos cortes en el párpado y un dedo roto al chocar la guantilla contra el codo de su adversario… Dos hombres que entran a una jaula con el único pensamiento de superarse: destruir el cuerpo que tienen delante es secundario, desagradable, antinatural… necesario… necesario para descubrir quienes son… necesario para aniquilar sus temores… por suertes son luchadores con alma miedosa: si carecieran de terror les sería imposible ser valientes.
            Puño y entra, puño y entra… golpea su rostro e intenta llevar al suelo a su oponente, pero se resbala con el sudor, se queda demasiado lejos, se frustra con las defensas durante años interiorizadas… el niño muere durante el tercer asalto: no importa, más tarde se lo diremos…
            Escupen sangre, baba, se suenan los mocos en el hombro de su oponente, se causan daños algunos irreversibles… se matan… se desean… se completan… Un deporte noble, una lucha épica, no son maricones con espada y capote, son seres libres dueños de su destino midiendo su corazón en el espejo del contrario: por eso, cuando suena la campana, sudados, llenos de fluidos y de sangre, se abrazan, se funden dos cuerpos en uno llegando a una liberación casi orgásmica… un abrazo que no es más que una acción de gracias, una consagración con el octógono como altar y el desgarrante agotamiento como ostia.
            Van al centro de la jaula: lo jueces deben decidir… uno… dos… y hasta tres… decisión unánime y victoria para esquina azul… El padre de la muerte aplaude, un aplauso tan sincero que feliz, porque en el fondo importa una mierda a quien le hayan levantado el brazo, en el fondo importa una mierda la realidad del hospital, en el fondo importa una mierda saberse en un pozo tan oscuro que le hace saber que ese gusano seguirá perforando eternamente aquella parte de su cerebro… lo único que importa es que durante tres asaltos ha sido libre.

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