domingo, 9 de junio de 2013

Escrito (10/6/2013).

Senecritud.
“Y cuando envejecen incluso los cabronazos se ven solos y necesitan compañía.”. Tarantino en Kill Bill:Volumen II
            Los chillidos eran de cerdo a medio degollar en el chiquero, desesperado por aferrarse a una vida llena de miseria, mierda, miedo, pero vida al fin y al cabo… en las muñecas y tobillos, las marcas ensangrentadas, aún frescas, de las correas que lo protegen de sí mismo, que acomodan el trabajo de las enfermeras, que lo sujetan contra una cama de hierro en la que un hombre solo se encuentra a gusto durmiendo de lado… el grotesco pañal para adultos soporta el peso de dos cagadas –la primera no tenía demasiada mierda, puede esperar- y sus compañeros de cuarto proyectan un odio y desprecio hacia él, denso, ardiente, como el aliento de almogrote…
            Un anciano barbudo, con la papada cubierta por canas, costras y baba seca, un abultado estómago por falta de comida –se niega a consumir los alimentos del asilo- acompañados por doble ración de costillas sin carne: todo nervios y tendones, como el filete barato… siempre pestilencia a sudor amarillo en los sobacos imberbes y gracias a la calva los piojos solo hacían estragos en el pubis, infectado por el rasca-rasca de unas uñas negras de sacarse los mocos, limpiarse el culo y pasearlas compulsivamente por las agarraderas del retrete…
            Malo… canalla… abandonado… unos hijos existentes solo en forma de cheque a nombre de la quinta de reposo para viejos y unas auxiliares, enfermeras y médicos más pendientes del café de la media mañana que de unos hombres que durante décadas pagaron sus sueldos, sus ventajas e incluso su cárcel… un viejo decepcionado con los dos cosmos –interno y externo- cuya única meta es superar la noche a base de gritos para poder llegar vivo a un alba plagado de más picores, más dolores, más desprecio… el sentido de la vida se vuelve contra la propia supervivencia de la dignidad cuando se antepone la longevidad de los días a su propia calidad.
            El anciano está picado por las piernas de llagas en pus, similares a la de los yonquis con el mono… demasiado cemento durante 38 años de peón, poca ducha y mucho ron con cola y sol derritieron su piel, su corazón y su pudor: el mejor divertimento es sacarse el pene delante de las limpiadoras y mearse en el suelo recién fregado… como respuesta, doble dosis de pastillas y a la cama.
            Orines en las esquinas como un perro cachondo marcando a su hembra… vómito como reacción a almuerzo metido a la fuerza por dos enfermeros… ano irritado por pañales húmedos por cagarse a destiempo, justo en la hora del “Gran Hermano”… un viejo con comportamiento de niño malcriado que solo desea llamar la atención: un perro de presa educado en la violencia sin sentido cuya única forma de recibir una palmada sobre el lomo es destrozando a dentelladas a un perro pequeño frente al amo… un viejo enclaustrado en su propia mente cuya única manera de hacerse notar ante el mundo es con la maldad, con la molestia, con la enfermedad…
            Sin visitas… sin amigos… sin esperanza… un viejo arisco y criminal con sondas en el brazo para poder alimentarse sin dar la lata a los cuidadores… amarres al colchón para así no andar vigilándolo durante la noche… con un arcoíris de drogas multiusos para no llevarlo al médico y dar con el dolor concreto –demasiados gastos de ambulancia y pruebas-… un anciano llorando hacia dentro, con una carne forjada al rojo intenso del cinto paterno, del olvido fraterno, del desprecio social… los trastos solo son útiles hasta que comienzan a ganar polvo y oxidarse: entonces los acumulamos en el trastero hasta que una araña gorda, peluda, nos recuerdan su existencia justo a tiempo para llevarlos al contenedor y deshacernos del estorbo de una vez por todas.

            Un viejo caminando infecto de sus propios fluidos –salvo el semen… ese tubo hace tiempo que se jodió de manera permanente- y deseando que llegue la muerte: tal vez alguien recuerde escribirle una esquela.

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