martes, 4 de junio de 2013

Escrito (4/6/f2013).

La Colmena.
            Una larva apenas… el sol es capaz de atravesar su cuerpo blancuzco, como de leche caducada, mientras desde el interior del huevo observa a su madre postiza, una enorme reina atiborrada de néctar que llevan sus futuros hermanos hasta la boca… cientos de abejas obreras trabajando para ella, atiborrándola, protegiéndola, satisfaciéndola sexualmente… ella mata a voluntad y arranca la cabeza de los bichos más ineptos cuando no colman su estómago y paladar… el vientre repleto de nuevos huevo separados en dos estantes, en dos clases, en dos tipos: las crías de los guerreros que se harán cargo de la protección de la colmena, alimentándose con la jalea real sin mayor trabajo que el de ser servidos y de vez en cuando morir con estatuas de cera a sus espaldas destripados por el asesinato de su propio aguijón contra el intruso… del otro lado las crías de los obreros destinados a la recolección de polen, a la construcción de nuevas celdas, a la limpieza de la reina y su habitáculo… su alimento son las sobras de la miel podrida que desprecian incluso las moscas y a veces ellos mismos son fruto del apetito transformado en hambruna, presas del canibalismo fraticida dentro del huracán pasivo de la hembra soberana cuyo único objetivo es colmar el triple apetito: estómago, coño, ego… las abejas guerreras con sus espadas al culo defienden a la aristócrata, al presidenta del país mielado, aún a costa de sacrificar unas cuantas obreras: unas hormigas logran introducirse en el panal y toman el huevo desde donde lo ve todo… una larva apenas, con pequeñas alas.
            Las hormigas clavan sus dientes como hoces en la cáscara y abren la cubierta que protegía al feto… primero, entre cuatro, le arrancan las alas semi-informes para evitar el escape… las demás se centran en inyectar ese ácido picajoso, doloroso como limón en heridas abiertas, a lo largo de todo el cuerpo blanquecino, traslúcido… la larva sufre, se retuerce, trata de luchar provista de armas con un aguijón inútil, demasiado tierno para clavarse, como un pene flácido que intenta penetrar un ano… las hormigas comienzan a devorarlo vivo y como si disfrutasen con el dolor ajeno, no empiezan por la cabeza, sino por el tren inferior, comiendo despacio, lento, paladeando… destrozando culo, vísceras y pecho de la larva… está a punto de morir, de recibir el mordisco de gracia… lo último que alcanza a ver es a la reina hinchada en su vientre con miel desparramándose desde la boca… las hormigas muerden, muerden, muerden…
            Despierta. Por fin suena el despertador y escapa de la horrible pesadilla del panal de los horrores.
            “Mi propia metamorfosis”, piensa sonriente mientras aún suda y mea la cama del terror.
            Se levanta de la cama, deja a su mujer a un lado, se viste con el mono de trabajo: son las 6.
            Se alegra de ser un hombre, de ser albañil para ganarse el pan y no abeja, se alegra de ser libre y elegir su camino.

            Sale temprano: ayer su jefa le exigió que hoy entrar una hora antes, sin pagar.

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