La Colmena.
Una larva apenas… el sol es capaz de atravesar su cuerpo
blancuzco, como de leche caducada, mientras desde el interior del huevo observa
a su madre postiza, una enorme reina atiborrada de néctar que llevan sus
futuros hermanos hasta la boca… cientos de abejas obreras trabajando para ella,
atiborrándola, protegiéndola, satisfaciéndola sexualmente… ella mata a voluntad
y arranca la cabeza de los bichos más ineptos cuando no colman su estómago y
paladar… el vientre repleto de nuevos huevo separados en dos estantes, en dos
clases, en dos tipos: las crías de los guerreros que se harán cargo de la protección
de la colmena, alimentándose con la jalea real sin mayor trabajo que el de ser
servidos y de vez en cuando morir con estatuas de cera a sus espaldas
destripados por el asesinato de su propio aguijón contra el intruso… del otro
lado las crías de los obreros destinados a la recolección de polen, a la
construcción de nuevas celdas, a la limpieza de la reina y su habitáculo… su
alimento son las sobras de la miel podrida que desprecian incluso las moscas y
a veces ellos mismos son fruto del apetito transformado en hambruna, presas del
canibalismo fraticida dentro del huracán pasivo de la hembra soberana cuyo
único objetivo es colmar el triple apetito: estómago, coño, ego… las abejas
guerreras con sus espadas al culo defienden a la aristócrata, al presidenta del
país mielado, aún a costa de sacrificar unas cuantas obreras: unas hormigas
logran introducirse en el panal y toman el huevo desde donde lo ve todo… una
larva apenas, con pequeñas alas.
Las hormigas clavan sus dientes como hoces en la cáscara
y abren la cubierta que protegía al feto… primero, entre cuatro, le arrancan
las alas semi-informes para evitar el escape… las demás se centran en inyectar
ese ácido picajoso, doloroso como limón en heridas abiertas, a lo largo de todo
el cuerpo blanquecino, traslúcido… la larva sufre, se retuerce, trata de luchar
provista de armas con un aguijón inútil, demasiado tierno para clavarse, como
un pene flácido que intenta penetrar un ano… las hormigas comienzan a devorarlo
vivo y como si disfrutasen con el dolor ajeno, no empiezan por la cabeza, sino
por el tren inferior, comiendo despacio, lento, paladeando… destrozando culo,
vísceras y pecho de la larva… está a punto de morir, de recibir el mordisco de
gracia… lo último que alcanza a ver es a la reina hinchada en su vientre con
miel desparramándose desde la boca… las hormigas muerden, muerden, muerden…
Despierta. Por fin suena el despertador y escapa de la
horrible pesadilla del panal de los horrores.
“Mi propia metamorfosis”, piensa sonriente mientras aún
suda y mea la cama del terror.
Se levanta de la cama, deja a su mujer a un lado, se
viste con el mono de trabajo: son las 6.
Se alegra de ser un hombre, de ser albañil para ganarse
el pan y no abeja, se alegra de ser libre y elegir su camino.
Sale temprano: ayer su jefa le exigió que hoy entrar una
hora antes, sin pagar.
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