viernes, 7 de junio de 2013

Escrito (7/6/2013).


Solo recuerdos.

            El sumidero de la ducha ya hacía tiempo que no estaba atascado… hasta hacía unos seis meses una de la mayores riñas eran que él siempre dejaba tupido el desagüe por culpa de los mechones de su pelo, una melena que crecía ridículamente desde la mitad de la cabeza tratando de ocultar una evidente calva… pelos casposos que se le metían a él en la boca mientras dormía, pero que el otro se negaba a cortar –ni siquiera las puntas- por evocar una nostalgia rockera que se ancló en los ’80, cuando hubo de someterse a la realidad que lo condenó a una tienda de muebles de por vida, que no fue muy larga… hasta hacía unos seis meses la melena era el mayor motivo de discusión: luego llegó el cáncer… con la quimioterapia se terminó de caer el resto del pelo, junto con su fuerza, su jovialidad, su ilusión… al principio un quiste que se hinchaba como un huevo sancochado a fuego demasiado rápido hasta estallar en metástasis… hígado… corazón… cerebro… solo esperar, solo asumir, solo resignación…

            Allí se encontraba bajo el chorro de agua tibia –él nunca soportó los extremos y siguió conservando esa costumbre a pesar de que él adoraba abrasarse con el líquido- mientras sus lágrimas se perdían iguales que entre la lluvia de un cielo contaminado… golpeo rabiosa, repentina, odiosamente una baldosa de la pared hasta desquebrajarse los nudillo: una mezcla de sangre, agua sucia e ira se deslizaban por los agujeritos de aquel sumidero… se habría dejado cortar el ojo con un folia con tal de que se obstruyera el paso del agua con aquella melena cochanbrosa.

            Mucha memoria desperdigada por aquel baño sin espejos: se peinaban, limbiaban y afeitaban el uno al otro, porque no les gustaba ver su propia imagen, porque para reflejos ya les era sufciente con el del hombre que amaban: se dejaban dibujar la barba al gusto del otro, porque el pelo de la cara solo lo disfrutan los observantes, pues la cara del que la lleva no es más que un marco que sotiene la pieza de arte… A uno le gusta fina, apenas una línea cortando la silueta cuadrada de la barbilla y las patillas… a él le agradaba un rostro poblado, espeso y solo necesitaba un par de tijeras para quitar dos o tres vellos sueltos, unas pinzas para los enquistados.

            A veces llevaban una sidra de tetrabrick –el champán en la bañera es una fantasía disneyésica de las películas de los años ’50 que adoraban ver los sábados por la tarde- para tomarla mientras se secaban, se cepillaban los dientes, mientras cagaban el uno frente al otro, porque la expresión máxima del amor no es los besos, los coitos, los paseos cogidos de la mano… el amor al cubo es contemplar a tu compañero en los momentos de mayor bajeza, de mayor escatología, de mayor debilidad y mantener un apoyo incondicional a pesar de que el amor se cubra con la tela de cebolla de la repugnancia.

            Tras salir del baño se acostaban, sin importar la hora, la mayoría de las veces sin sexo: entrelazaban sus piernas, él acariciba la melena ridícula y sus penes jugaban a darse cabezasos cuando la sangre los hacía latir… las caricias de la siesta con el tiempo fueron sustitas del sueño y las endorfinas de sus pieles –el amor no es más que química enlatada en provetas de carne- superaban con ardor a la serotonina.

            De repente el cáncer… un baño centro de la casa de cara a la convivencia en pareja, se convirtió en un cuarto de vómitos, morfina, baba… en las últimas semanas ni siquiera fregaba el suelo: simplemente colocaba una sábana en el piso y cuando estuviera totalmente llena de fluidos –no tardaba más de un día en ocurrir- la tiraba al contenedor y la cambiaba por una nueva… hipoalergénica: los medicamentos habían acentuado sus alergias y hasta los suicidas se quitan las gafas para no hacerse daño cuando caen.

            Una muerte fea, consciente segundo a segundo, monstruosa… y hoy solo queda ducharse solo, frotarse él mismo el pene tras el baño, soñar por las noches que tiene un desatascador en la mano y está de rodillas metido en el plato de ducha, para despertar, volver, asumir lo brutal de la soledad impuesta.

            Sigue sin espejos: él es el de la barba poblada y no le importan los pelos sueltos ni enquistados… donde debería de haber uno está colocado un trozo de la última sábana, aún con vómito en sus bordes: el recuerdo, el amor, no pueden ser completos si solo se mantiene la memoria buena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario