Verano azul.
Tira la botella de ron vacía sobre la cabeza del perro:
lo ha visto aullando contra ambulancias invisibles en el fondo del contenedor,
pero una vida a cuatro patas importa lo mismo que las cáscaras de plátano que
envuelven su pelaje y no importa partir el cráneo con vidrios rotos de un ser
que ladra réquiems desesperados a la luna ausente.
Sus ojos blancos por larvas de mosquitos nacidos en fruta
podrida ya solo miran hacia dentro, hacia la época de cachorro, hacia la época
de los niños jugando en su lomo al caballito, hacia la época en la que un lazo
adornó su cuello aún sin pelo colocado bajo el árbol que adorna el solsticio de
invierno, entre las pelotas de fútbol y las bicis de color rojo y rosa –para el
niño, para la niña-. Un 24 de Diciembre mojado en lágrimas de felicidad de unos
hijos malcriados con armarios llenos de juguetes rotos que disfrutan del
cachorro como un peluche con pilas ingastables, tirando de sus orejas,
cabalgando en su espalda, amarrando su hocico con cinta aislante y divertirse
con la asfixia animal… él lo perdona, porque las almas bípedas son las únicas
que albergan rencor y lame las palmas de los niños con sumisa fidelidad ciega,
acurrucado en las piernas de un padre que le saca de paseo dos, máximo tres
veces a la semana –en función de la necesidad de cerveza y helados en la
nevera-, que patea el culo del perro cuando le interrumpe el paso en el pasillo
o cuando un mal día con el aire acondicionado roto en el despacho le envuelven
la pierna en ira cobarde contra compañeros gilipollas, descargándola contra el
cuerpo de un ser inocuo de maldad con solo trasparencia y perdón por pecados no
cometidos entre párpados…
Los niños crecen y ya no divierte mortificar a Kron… la
madre está harta de limpiar cagadas del pasillo y de cortar pelos de culo
empegostados por la mierda… los días malos y sin aire aumentan con la falta de
clientes y cuando los únicos momentos de sosiego y algo similar a la felicidad
en lata de berberechos es escapar un día de vereno entre espuma y arena, un
perro es demasiada carga en el portabultos y abandonarlo a solas en el piso
molesta a los vecinos que no soportan ladridos de auxilio, arañazos tras la
puerta ni aullidos agudos como tenedores contra el plato, la opción más humana
es envolverlo en un plástico negro –lleno con media sandía podrida y unos
cuantos panes duros para amortizar la bolsa- y tirarlo donde nadie quiere
respirar profundamente.
Decenas de mosca comen, acrecientan y desgarran sus
heridas abiertas rojamente y ni siquiera posee el consuelo de espantarlas: su
cola está mutilada a partir de la segunda vértebra, porque no es su cola, es la
cola del amo que decidió hacerla bella con un corte… la diferencia entre un
perro vivo y uno de escayola es apenas una lengua que jadea.
Y trata de dormir Kron de no dormirse esperando la mano
salvadora de unos niños que solían cabalgarlo hacia el sol poniente de una
lámpara de pie en mitad del pasillo, porque el amor canino se basa en el
perdono, en el olvido y en el lamer la mano que golpea al comprender que el
odio no es más que el autodesprecio de mentes gelatinosas sin sustancia igual que el tofu hervido.
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