Miau.
El sudor frío lo atrapa y la garganta le arde al contacto
con el aire. Uñas engarrotadas contra el colchón… corazón pateando el pectoral
izquierdo a desritmo… pupilas hiperdilatadas igual que cuando te parten un diente
sin avisarte de la caída contra el suelo. Palpa el colchón en busca de orines
recordando viejos tiempos de la infancia tortuosa, cuando era demasiado grande
para dormir en la alcoba de papá y mamá, demasiado grande para llevar pañales,
demasiado grande para usar el orinal: la próstata no estuvo de acuerdo con que
lo hiciesen adulto antes de tiempo y protestaba enchumbando las sábanas cada
domingo…
La pesadilla fue horrible: por suerte el cerebro humano
está sobrevalorado y ahora tan solo recuerda ráfagas, reflechones, escenas
sueltas de monstruos antropofágicos con colmillos desgarradores… su hijo en un
hoyo oculto por diez patas… su propia sangre manchando las mariposas de
colorines revoloteando cerca de las bestias... por suerte todo ha sido un sueño
y en la cama ninguno se cumple en realidad.
Su cerebro le recuerda que es mentira… que los monstruos
son cosas de niños y viejas de rosario… que los espíritus malvados no visten
con cuernos y rabo, sino con penes descomunales y cheques en blanco… pero le
aterra cerrar los párpados sintiendo en la nuca el cosquilleo de un vaho dulzón
que le aguijonea las cervicales igual que un escorpión en celo: solo en casa –mamá
e hijo en casa de la abuela-,así que la presencia de un inquilino en su colchón
es solamente fantasía dibujada por la pizza y el vino de la cena.
Son las 3:00 de la madrugada: aún no se ha incorporado, yace
boca arriba obligándose a respira, se tumba sobre el costado izquierdo y los ve…
dos ojos clavados que lo observan desde el armario, apaciguados, desafiantes,
amarillos… seguramente el gato ande buscando calor entre los abrigos y haya
decidido gastar una broma de mal gusto… pero algo en su mente le traiciona. ¿Y
si no es el animal? ¿Y si es la infidelidad con la prima de ella que busca
hacer justicia? ¿Y si son los ojos de Dios que cansado de su palco ha bajado
hasta el gallinero para contemplar a sus actores en primera fila?
El sudor es amarillo, espeso y jediondo, como las jareas
puestas demasiado tiempo al sol… los ojos le observan y trata de buscar
bigotes, cuatro patas, maullidos… explicaciones cerebrales para una obviedad
aterradora: es el gato, solo el gato, pero… ¿y si no?
El corazón se instala en las sienes… palpitan… crepitean…
aúllan dentro del cráneo… el vaho ya no es dulzón, sino picante, pero la cama
está en el centro, así que no puede proteger su espalda contra la pared: gira
desesperado el cuello confundiendo ropa con maniacos asesinos, dejando escapar
unas gotas de pis adulto, aterrorizado con ruidos comunes que pintados por la
oscuridad y la fantasía son gruñidos de quimeras fantasmagóricas asesinas de
pecadores en secreto.
“Debe ser el gato, seguro que es el gato”, pero… ¿y si
no? Todo se resolvería levantándose de la cama, yendo hasta el armario, comprobando
que los dos ojos son de la mascota, cogerlo por el pellejo del pescuezo y
arrojarlo al pasillo lejos de la alcoba… pero cuando miras debajo de la cama no
estás preparado para conversar con el coco: la duda es menos aterradora que la
realidad, así que es preferible mantener la vigilia hasta que amanezca y
torturarse la calma mirando a unos ojos que han ganado el combate desde el
pesaje… mirada fría, tranquila e inmóvil con la seguridad del que sí sabe la
verdad.
“Deber ser el gato, seguro que es el gato”, pero… ¿y si
no? Se retuerce como una serpiente, como una mujer a punto del orgasmo buscando
al monstruo que le escupe aliento en la nuca… no hay nadie en el cuarto… la
lámpara está sin bombillo… el interruptor al lado del armario que lo aterra,
que lo domina, que lo subyuga… dos ojos amarillos que parecen sonreír sin boca:
la noche juega al escondite con la imaginación de los humanos y se divierte
haciendo temblar a la criatura con mayor coeficiente de Gaia: milenios de evolución,
pero aún creyendo en los duendes.
“Debe ser el gato, seguro que es el gato” y por fin
cierra los ojos… el bicho le lame la oreja izquierda y al borde del infarto se
despierta. Tras el susto inicial, se siente aliviado sabiendo que tenía razón,
que no está solo, que el animal estaba todo el tiempo dentro del cuarto… coge
al bicho sobre sus rodillas y lo acaricia sonriendo con calma… el animal encima
de sus piernas, entre sus manos, lamiendo su barbilla… mira hacia el armario…
el gato en su regazo, dos ojos amarillos, penetrantes y perversos dentro del
armario…
¿Y si no es el gato?
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