sábado, 20 de julio de 2013

Escrito (20/7/2013)

Pianoman.
            Sus dedos se deslizan igual que la mantequilla sobre una tostada demasiado ardiente crujiendo debajo del cuchillo … las notas fluyen de la misma manera que el café derramado sobre el plato y el hedor de la música inunda el pésimo local del mismo modo que los eucaliptus mojados de lluvia aromatizan los bordes de la carretera. Suda sin camiseta: nueve horas sirviendo copas, recogiendo las babas de borrachos en los vasos, barriendo servilletas en forma de triángul con manchas de pintalabios en los bordes agotan su paciencia, su ánimo, su humor… pero justamente de eso se trata, no de ser infatigable, sino de andar muerto, con ojeras, pálido, se trata tener una rodilla en el suelo, pero la otra pierna recta y a punto para salir contra los cien metros a toque de pistola.
            El bar oscuro, oliendo a condón usado, solitario sin el foco rojo conectado y con las botellas a medio vaciar sobre la barra esperando para que las recojan… pueden seguir un rato allí: Chopin ha entrado para tomar unos chupitos y el sudor de cocainómano y ninfómana se va desvaneciendo del aire ácido como el olor a vino viejo abriéndole paso a la “Nocturne”… luego entran en juego algunos acordes del ciego Charles, porque la vida apacible tiene que romperse en pedazos de vez en cuando, porque la vida tranquila de los clásicos es buena para enjuagar el sudor cargando cajas de birras con cascos vacíos, porque la música de Mozart, Beethoven y cia. es buena para relajar los antebrazos engarrotados de abrir demasiadas botellas con el sacatapas… pero para perderse, para olvidarse, para cerrar los ojos y dejarse caer en un sumidero que lo traga todo con desganada avaricia solo son válidos los pentagramas de viejos negros gamberros que se dedicaron años a patearse la pasta en vena o también la de blancos alcohólicos rindiéndoles tributos a autopistas hacia el cielo por las que jamás conducirá con un sueldo mínimo de camarero, el último peldaño en el escalafón hostelero… rutina horrible de trabajo, un par de polvos y algunas caricias sobre el lomo cuando lleva su teclado a cuestas de antro en antro tocando a cambio de una comisión escasa o en ocasiones por llenar la barriga con un par de rones… rutina horrible, pero es feliz porque sonríe, porque hace lo que ama, porque todo se desvanece cuando las yemas golpean el dominó del teclado y la calma vuelve al interior del cráneo igual que con la heroína, pero sin el lastre de cagarse encima o vomitar sangre entre pinchazos… se divierte y por eso no le importa fregar unos retretes o pasarle el paño a las vitrinas cubiertas de polvo: en los curros de oficinas con aire acondicionado, “señor X.” en la placa de la puerta y plaza fija en el parking de la empresa no hay espacio para vivir el día día, porque la seguridad del cheque a fin de mes le roba sabor a los segundos dejando una vida muy bella, pero aún por estrenar… lo seguro es aburrido y aburrirse es el cáncer de quien sabe que lleva algo grande por hacer, pero la hipoteca aún no le ha dado permiso para dejarlo salir.
            Mantiene los ojos tan cerrados que le duelen como el corte con un folio entre los dedos… no para… golpea, aporrea, mutila las teclas… está agotado, sudando, dolorido, pero así son los orgasmos, así es antes del momento cumbre antes de eyacular cuando se te engarrota cada micra de la piel hasta que estallas y entonces por fin comprendes que la felicidad solo puede provenir del dolor, del dolor tan profundamente verdadero que la belleza se hace chica en comparación a la agonía y por norma ya solo buscas lo hiriente, lo frenético, lo tortuoso, porque por fin comprendes que la vida horrible es infinitamente más sabrosa que la vida en calma… y te corres.
            Jadea… babea… apesta… está contento: no ha sido su mejor tocata, pero ¿a quién coño le interesa? El negocio está cerrado, son las cinco de la mañana y los únicos que podrían escucharle están follando con desconocidos, comiendo churros en la competencia o inflándose a cristal para continuar las marchas en el sur de la ciudad: no le importa ni uno solo de ellos… los artistas de verdad tocan para sí mismos: el público es solamente una anécdota a menudo fastidiosa.
            Deja la butaca, coge el balde, la fregona y empieza a limpiar la vomitona que lleva un rato llamándolo desde debajo del futbolín.

            Y rasca y pasa y embellece con lejía, siempre sonriendo: muchas personas se mueren a diario limpiando mierda ajena frustrados por no verse sobre la tarima de Broadway o tras la cámara de Hollywood, frustrados porque no saben que los sueños comienzan a parirse tras la barra de un antro que huele a pis de gato… frustrados porque ignoran que quien no tiene callos en las palmas, ni cicatrices en el culo ni es amigo íntimo de la fealdad no merece considerarse artista.

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