Aromas.
En la terraza dándole el viento se deja caer sobre el
asiento con una blusa de leñador lesbiana salpicada por grasa de pulpo: los
brazos abiertos en cruz como si acabase de recibir un disparo en el pecho o
igual que si se hubiera desplomado en la silla tras demasiadas horas corriendo
alrededor de la manzana… un par de horas inertes con tres vasos vacíos –los camareros
ni siquiera se molestan ya en recogerlos- y otro a la mitad, con la espuma aún
sobresaliendo del cristal con un par de moscas flotando sobre ellas como
microscópicas surfistas aladas… los ojos entre abiertos derritiéndose al sol como
caramelos de anís en el suelo… churretes de cerveza caen de la barbilla al
pecho, todos salvo aquellos que se atrapan en su bigote sin recortar con
pelillos blancos, rojos y negros sobre un labio superior agrietado por la sal
de tanto maní reseco. Viejo decrépito, acabado, cansado de campanas oxidadas que
dejaron de sonar hace años, bamboleando
sordas al son de un ritmo que pocos pueden bailar, recordándole que las
decisiones son llaves maestras de un solo uso por lo que debió haber elegido
mejor en que puerta utilizarlas… dos elecciones, dos llaves, dos cerrojos… no
siempre espera el dragón tras un marco y los ponis tras el otro: a menudo
debemos escoger entre ahogarnos con la mierda o bien en comerla servidas en
platos de cartón, pero eligiendo al menos no vegetamos llorosos sobre un sofá
de esparto… eligiendo determinamos el rumbo de nuestra desgracia para al menos
darle un toque romántico… eligiendo al menos somos… el verbo elegir es la
palabra más bella de cualquier lenguaje porque su significado diferencia a los
hombres de la marionetas.
Ya va por la quinta caña… la mezcla de lúpulo, malta y
cebada es como el agua de lluvia apelmazada en el parabrisas cálido de la mente:
empaña la realidad que lo devora todo al otro lado transformando al dolor en
una imagen vacía y a la tristeza en un hielo inútil incapaz de congelar el
tiempo. La única tara del alcohol como antídoto para el recuerdo se debe a que
solo es un remedio momentáneo a menos que se beba constantemente con pasión…
una borrachera continua es más sencilla que hacer girar las manecillas en
dirección contraria, más probable que encontrar una nueva cerradura, más cómodo
que cogerle el teléfono al alma y decirle que la perdonas.
Recuerdos... la amnesia debería ser una opción de serie
en los humanos… Olvidar el pasado, borrarlo, matarlo, durante un par de horas
pedir permiso a Dios para que me preste
un poco de su eternidad, echar típex en las escenas de ayer, desvanecer eo
recluido en el “hoy es siempre todavía” y dejarse derretir con los segundos
para por fin fluir no solo en una, sino en todas direcciones… Pero hoy es el
mejor día, “hoy” es el único día al que se puede palpar con los dedos y queda
seguir caminando hasta el siguiente “hoy”… o encadenarlo en el limbo a base de
birras, petas y tranquis.
Una mosca salta de la espuma al párpado obligándole a
desengarrotarse, despertándole de golpe como una buena pesadilla, devolviéndole
al asco del ahora para atraparlo de nuevo en su propia esencia despreciada…
tiene hambre: había olvidado el plato con tacos de pescado… toma uno, lo moja
en aceita y cuando estalla en la boca le piensa –no siempre hacen falta
magdalenas para recuperar tiempos perdidos- de la misma manera que cuando
dormían juntos a las 3 de la mañana rendidos tras los conciertos en cafés: uno el
ejecutor, el otro la víctima… uno el artista, el otro la inspiración… uno
rasgando las notas, el otro los aplausos… le observa detrás de los ojos, le
huele, le palpa a la vez que imagina como ahora se estará duchando en algún
piso que nunca pisará, suponiendo que ahora riñe, llora y sonríe con algún tipo
bajo, risueño y rellenito como siempre le gustaron, esperando que en algún
punto de su “hoy” no lo haya olvidado y que por fin le perdonara que eligiese
abrir la puerta de las actuaciones en Miami a mil euros la hora en lugar de
conformarse con el pentagrama por las noches, con la carga de ladrillos por la
mañana y con los abrazos, peleas y paseos en los entretiempos, siempre
desconsolados, siempre hambrientos, pero siempre juntos…
Pareja rota… llantos en el rellano de una escalera… avión
hacia la tierra de las hamburguesas de kilo y medio, para regresar 15 meses
después con un contrato rescindido: las notas son peores que los libros, aún
más rencorosas cuando se las separan de su musa... estaba lejos, los teatros
con el cartel de completo no compensan un par de copas con él tras los bolos en
garitos de 30 butacas y que te descubra un productor amigo de Tito Puentes sabe
a mierda… la música que sale del corazón distraído de un músico apenado sabe a
mierda… que desconocidos te supliquen que los folles, que te paren por la calle
para abrazarte como si fueses un sobrino que vuelve del Erasmus o que viejas
negras con culos como gallinas deseen hacerse fotos contigo, sabe a mierda… los
últimos ahorros se los gastó en pagar la cláusula, liberarse de su nostalgia y
tomar un avión rumbo hacia hace un año y pico en busca de su amor, pero se
olvidó de un detalle: Disney está muerto, sepultado y congelado… en la vida
real donde las princesas también se manchan el culo cuando cagan y en la que los
niños con diez años también mueren de cáncer, los exnovios no te esperan
durante cinco décadas como si viviéramos en los tiempos del cólera: te guardan
luto un par de semanas y a por otra pinga, otra mente, otra oportunidad… en la
realidad, donde las llaves son de cristal y se rompen después de girarse dentro
de la cerradura, si cometes un error lo cagas, lo pagas y si tienes huevos lo
superas… o te conviertes en un alcohólico llorica incapaz de seguir andando.
Imaginar que ahora se pueda estar acariciándose con ese
tío bajo, risueño y rellenito actúa igual que echarle un jarro de ácido
sulfúrico frío en la cara… una chica, jovencita, lleva toda la tarde en la
esquina de la catedral con la funda abierta en el suelo, la silla crujiendo
cada vez que se acomoda y el saxofón chillando does, res y míes no demasiado
buenos, tampoco malos, suficientes para ser agradables. Cincuenta años puede
que no sean tantos para perder la práctica.
-¿Me lo prestas?
La muchacha se asombra, pero accede: el viejo le da miedo
y piensa que negarse puede dar lugar a una escenita.
Diez litros de media diarios pasan facturas… los dedos le
tiemblan… la boca está resecada… las melodías se mezclan en el disco duro… pero
el solo quiere olvidar por un rato más y ya no le queda ni un duro para
cerveza.
Una corchea, dos negras, alguna redonda… poco a poco sale
una canción… poco a poco los domingueros se le acercan… poco a poco el tiempo
por fin se congela y parece que las notas ya han hecho las paces con el
anciano: al fin y al cabo, aunque sea en imagen, con odio, pena y
remordimiento, les ha devuelto a su musa.
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