domingo, 21 de julio de 2013

Escrito (21/7/2013)

Aromas.
            En la terraza dándole el viento se deja caer sobre el asiento con una blusa de leñador lesbiana salpicada por grasa de pulpo: los brazos abiertos en cruz como si acabase de recibir un disparo en el pecho o igual que si se hubiera desplomado en la silla tras demasiadas horas corriendo alrededor de la manzana… un par de horas inertes con tres vasos vacíos –los camareros ni siquiera se molestan ya en recogerlos- y otro a la mitad, con la espuma aún sobresaliendo del cristal con un par de moscas flotando sobre ellas como microscópicas surfistas aladas… los ojos entre abiertos derritiéndose al sol como caramelos de anís en el suelo… churretes de cerveza caen de la barbilla al pecho, todos salvo aquellos que se atrapan en su bigote sin recortar con pelillos blancos, rojos y negros sobre un labio superior agrietado por la sal de tanto maní reseco. Viejo decrépito, acabado, cansado de campanas oxidadas que dejaron de sonar hace años,  bamboleando sordas al son de un ritmo que pocos pueden bailar, recordándole que las decisiones son llaves maestras de un solo uso por lo que debió haber elegido mejor en que puerta utilizarlas… dos elecciones, dos llaves, dos cerrojos… no siempre espera el dragón tras un marco y los ponis tras el otro: a menudo debemos escoger entre ahogarnos con la mierda o bien en comerla servidas en platos de cartón, pero eligiendo al menos no vegetamos llorosos sobre un sofá de esparto… eligiendo determinamos el rumbo de nuestra desgracia para al menos darle un toque romántico… eligiendo al menos somos… el verbo elegir es la palabra más bella de cualquier lenguaje porque su significado diferencia a los hombres de la marionetas.
            Ya va por la quinta caña… la mezcla de lúpulo, malta y cebada es como el agua de lluvia apelmazada en el parabrisas cálido de la mente: empaña la realidad que lo devora todo al otro lado transformando al dolor en una imagen vacía y a la tristeza en un hielo inútil incapaz de congelar el tiempo. La única tara del alcohol como antídoto para el recuerdo se debe a que solo es un remedio momentáneo a menos que se beba constantemente con pasión… una borrachera continua es más sencilla que hacer girar las manecillas en dirección contraria, más probable que encontrar una nueva cerradura, más cómodo que cogerle el teléfono al alma y decirle que la perdonas.
            Recuerdos... la amnesia debería ser una opción de serie en los humanos… Olvidar el pasado, borrarlo, matarlo, durante un par de horas pedir permiso a Dios para  que me preste un poco de su eternidad, echar típex en las escenas de ayer, desvanecer eo recluido en el “hoy es siempre todavía” y dejarse derretir con los segundos para por fin fluir no solo en una, sino en todas direcciones… Pero hoy es el mejor día, “hoy” es el único día al que se puede palpar con los dedos y queda seguir caminando hasta el siguiente “hoy”… o encadenarlo en el limbo a base de birras, petas y tranquis.
            Una mosca salta de la espuma al párpado obligándole a desengarrotarse, despertándole de golpe como una buena pesadilla, devolviéndole al asco del ahora para atraparlo de nuevo en su propia esencia despreciada… tiene hambre: había olvidado el plato con tacos de pescado… toma uno, lo moja en aceita y cuando estalla en la boca le piensa –no siempre hacen falta magdalenas para recuperar tiempos perdidos- de la misma manera que cuando dormían juntos a las 3 de la mañana rendidos tras los conciertos en cafés: uno el ejecutor, el otro la víctima… uno el artista, el otro la inspiración… uno rasgando las notas, el otro los aplausos… le observa detrás de los ojos, le huele, le palpa a la vez que imagina como ahora se estará duchando en algún piso que nunca pisará, suponiendo que ahora riñe, llora y sonríe con algún tipo bajo, risueño y rellenito como siempre le gustaron, esperando que en algún punto de su “hoy” no lo haya olvidado y que por fin le perdonara que eligiese abrir la puerta de las actuaciones en Miami a mil euros la hora en lugar de conformarse con el pentagrama por las noches, con la carga de ladrillos por la mañana y con los abrazos, peleas y paseos en los entretiempos, siempre desconsolados, siempre hambrientos, pero siempre juntos…
            Pareja rota… llantos en el rellano de una escalera… avión hacia la tierra de las hamburguesas de kilo y medio, para regresar 15 meses después con un contrato rescindido: las notas son peores que los libros, aún más rencorosas cuando se las separan de su musa... estaba lejos, los teatros con el cartel de completo no compensan un par de copas con él tras los bolos en garitos de 30 butacas y que te descubra un productor amigo de Tito Puentes sabe a mierda… la música que sale del corazón distraído de un músico apenado sabe a mierda… que desconocidos te supliquen que los folles, que te paren por la calle para abrazarte como si fueses un sobrino que vuelve del Erasmus o que viejas negras con culos como gallinas deseen hacerse fotos contigo, sabe a mierda… los últimos ahorros se los gastó en pagar la cláusula, liberarse de su nostalgia y tomar un avión rumbo hacia hace un año y pico en busca de su amor, pero se olvidó de un detalle: Disney está muerto, sepultado y congelado… en la vida real donde las princesas también se manchan el culo cuando cagan y en la que los niños con diez años también mueren de cáncer, los exnovios no te esperan durante cinco décadas como si viviéramos en los tiempos del cólera: te guardan luto un par de semanas y a por otra pinga, otra mente, otra oportunidad… en la realidad, donde las llaves son de cristal y se rompen después de girarse dentro de la cerradura, si cometes un error lo cagas, lo pagas y si tienes huevos lo superas… o te conviertes en un alcohólico llorica incapaz de seguir andando.
            Imaginar que ahora se pueda estar acariciándose con ese tío bajo, risueño y rellenito actúa igual que echarle un jarro de ácido sulfúrico frío en la cara… una chica, jovencita, lleva toda la tarde en la esquina de la catedral con la funda abierta en el suelo, la silla crujiendo cada vez que se acomoda y el saxofón chillando does, res y míes no demasiado buenos, tampoco malos, suficientes para ser agradables. Cincuenta años puede que no sean tantos para perder la práctica.
-¿Me lo prestas?
            La muchacha se asombra, pero accede: el viejo le da miedo y piensa que negarse puede dar lugar a una escenita.
            Diez litros de media diarios pasan facturas… los dedos le tiemblan… la boca está resecada… las melodías se mezclan en el disco duro… pero el solo quiere olvidar por un rato más y ya no le queda ni un duro para cerveza.

            Una corchea, dos negras, alguna redonda… poco a poco sale una canción… poco a poco los domingueros se le acercan… poco a poco el tiempo por fin se congela y parece que las notas ya han hecho las paces con el anciano: al fin y al cabo, aunque sea en imagen, con odio, pena y remordimiento, les ha devuelto a su musa.

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