miércoles, 31 de julio de 2013

Escrito (31/7/2013)

Polvo.
            Chilla una madre con dolor ignorado: un hierro candente de ira le mutila las entrañas, le arranca a su cría del alma, le desgarra el útero ahora sin inquilino para tomarle al niño y comerlo igual que un cerdo pequeño que alimenta el estómago del odio, satisface el paladar de un muchacho imberbe jugando a ser soldado… las lágrimas de la mujer son un zumo agrio que hace caldo con la sangre infantil de un niño muerto aún caliente, aumentando el sabor del belicismo como un limón maduro rociado sobre calamares recién fritos. Las bombas juegan a la luz lejos, despacio, separadas, tapando los gritos de monjas violadas iniciadas en la brutalidad del sexo por venganza de machos reprimidos en el cloroformo de una religión anacrónica que entumece la mente de campesinos iletrados.
            Pequeñas llamas carbonizan el interior de una casita alimentándose de madera, colchas y recuerdos vencidos por el tiempo que jamás regresaran, iguales que una ola que explota en espuma contra la arena perdiéndose en la orilla para más nunca formar heridas sobre la marea… su dueño solloza con los brazos extendidos implorando a un dios ajeno, espectador y pasivo en su palco preferente que repartió algunos libros entre tribus iletradas dejándole el báculo de la decisión a unos pocos ilustrados que no usan el cuchillo para repartir el pan en trozos, sino para apuñalar al pastelero y quedarse ellos con el saco completo… el calor del fuego se pega a la piel de un hombre como los tomates creciendo aún en la mata en un día de Julio: se niega a abandonar el que es su hogar durante décadas y prefiere ser capturado, fusilado y sepultado a abandonar en el pueblo lo poco de sí mismo que la guerra aún no le ha desposeído.
            Un ojo divino lo observa todo desde la parte superior del marco: en lugar de pupila, un bombillo insuficiente que mantiene a los dos ejércitos en la penumbra obligándoles a disparar a sus propios hermanos porque tragados por la oscuridad de la insapiencia los soldados son inútiles en distinguir quienes son los verdaderos enemigos… Uniformes, cruces, tambores, himnos, slogans, águilas, hoces… toda una parafernalia de  que símbolos vacíos como la nuez sin fruto listos para partir en dos a un país que desea desde hace demasiadas vueltas de reloj comprender, entender, respetar su propia esencia… un estado cortando en dos mitades igual que una naranja lista para exprimir jugo de pueblerinos, niños y enfermos en una jarra demasiado harta de atiborrarse durante siglos con sangre sin culpa por culpa de generales, reyes y ministros que mandan a hijos de albañiles a un patio con leones y sin puertas, mientras sus hijos se forman para tomar la poltrona en tierras seguras con calles de gominolas y fachadas de piruletas.
            Un toro apático no puede esconder una mueca de cinismo, de sonreír liberado del ruedo, de complacerse viendo a los verdugos convertidos en víctimas de su propio capote… es un éxtasis masturbatorio escaparse de la espada, la banderilla y la lanza… en un país absorbido por la desesperación, la tiranía y la muerte asalvajada, el toro, el burro son los únicos que comprenden el horror: están condenados a que la bomba llena de bilis, hiel e ira les estallase en la cara de un pueblo donde los domingos en la plaza canalizan sus iras, miedos y apetitos de violencia burlando, masacrando y mutilando a un astado tembloroso que sueña mientras corre contra el rojo con que un día la estupidez de sus asesinos se volvería contra sí mismos destinándoles a cuatro décadas de opresión, miedo, silencio… y a de momento –solo de momento- a otras cuatro de pasividad, máscaras y yugos aceptados cambiando la quema de libros y la censura por porno en internet y fútbol los domingos.

            Las calles de una nación se pintan de rojo con tripas como pinceles… la balas dan en la cabeza de antiguos compañeros de trabajo con los que compartías bocadillos a las 15:00… la metralla estalla en una casa donde tomabas café los sábados por la tarde con los padres de tu esposa… la hoja del puñal se clava en el riñón de un primo lejano con el que solías jugar a las cartas algunos martes de sombra… Una nación empeñada en tomar bucles como normas perdiéndose en los mismos errores ancestrales… pero mientras Guernica solo sea un trozo de tela acumulando polvo en el Reina Sofía… pero mientras el arte siga preso en libros sin abrir, en canciones sin escuchar, en graffitis sin pintar… pero mientras la cultura siga convirtiéndose en el capricho privado de un puño de privilegiados… seguiremos escribiendo sobre guerras fraticidas del vecino contra el vecino.

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